~Capítulo 35~

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Toda su vida podría definirse con tres colores: blanco, azul y negro. El blanco de la nieve, moradora sempiterna de El Norte. El azul del gran Muro, imponente muralla de hielo que divide el continente también con una luz blanquecina. Y finalmente el negro, el color de las ropas de la Guardia de la Noche. Solo tres colores para su monótona vida, pero ahora era distinto. Una explosión de vida se abría ante sus ojos. Jon nunca había salido de El Norte y durante mucho tiempo no creyó que fuera a hacerlo. Pero ahí estaba, camino a Desembarco del Rey para dirigirse al rey.

Tras varias semanas de camino pudo, por fin, dejar atrás su tierra y adentrarse en el sur. En cualquiera otra ocasión, siendo como era el Lord Comandante, habría designado a otro en su lugar. Pero tenía que aprovechar la oportunidad y una petición de tal magnitud no era para dejarla en manos de otro. Él, Sam y Fantasma marcharon aprovechando que los seres de hielo llevaban meses sin aparecer. Jon había mandado varias partidas para conocer su localización y, para su sorpresa, todos volvieron sanos y salvos pero sin noticias. El Pueblo Libre tampoco tuvo noticias de ellos. Podía interpretarse como una buena señal (el ejército de muertos se retiraba), pero también podía ser un muy mal aviso: se estaban preparando para algo. Sea como fuese, Jon se dirigía en esta ocasión él mismo al rey para pedir ayuda.

—¡Fantasma, no te alejes tanto! —Su lobo huargo corría entre la hierba. Él tampoco sabía lo que era el Sur.

A pesar de terminar el largo verano, la temperatura seguía a ser cálida y el tiempo apacible. Otra cosa a la que ninguno estaba acostumbrado.

—¿Cuánto falta para llegar? —preguntó Jon a Sam.

—Unas semanas a buen ritmo —respondió—. Podemos permitirnos algún día de descanso y permitir reposar a los caballos.

—No quiero perder tiempo, ¿nos cambiarían los nuestros en alguna posta?

—Creo que sí, pero no pretenderás presentarte ante el rey cansado, ¿verdad?

No era el rey lo que le preocupaba, sino la reina madre. Cersei Lannister...

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Lo último que Sansa era capaz de recordar era la cara de aquella amable anciana que le pedía ayuda. Luego... oscuridad. ¿Cuánto llevaba despierta? ¿Días ? ¿Horas? ¿Minutos?
El tiempo no pasaba en la oscuridad. Sentía movimiento, por lo que tal vez estaba en un carromato, pero poco podía hacer. Manos y pies atados y los ojos vendados. La boca la tenía amordazada para evitar que pidiese auxilio. 

«Esta no es la primera vez que te secuestran. Deberías estar acostumbrada», le decía una voz en su cabeza. Evitaba dormirse porque, aunque la realidad era dura, los sueños era horribles. Volvía a estar en casa, en Invernalia. Sus hermanos y sus padres estaban vivos. Su madre volvía a peinar su pelo, Arya seguía molestándola a ella y a Jeyne y Robb practicaba la lucha con Theon.


Mientras la joven Stark luchaba por mantenerse en este mundo, lejos de ella estaban los demás buscándola. Bastet y Drogo se alarmaron cuando Sansa desapareció sin dejar rastro. No tuvieron noticias de ella hasta la llegada de un joven esclavo casi moribundo, liberado solo para entregar un mensaje. Los afentikós tenían a Sansa y solo sería libre cuando Bastet se rindiera y abandonara sus tierras. No era difícil imaginar la respuesta.

Al final, Érinos era un territorio mucho más grande de lo esperado. La zona bajo su poder era la menos poblada. Resultaba difícil creer que tuvieran a Sansa tan cerca, por lo que debía de estar retenida en otro lugar. Bastet estaba bastante irritada. Era complicado hablar con ella incluso para Drogo.

—¿Se puede hablar contigo o vas a hacer que tu dragona me calcine para cenar? —preguntó Tyrion.

—Si sabes dónde está Sansa adelante. Si no, me pensaré tu oferta —contestó Bastet.

La segunda danza de dragones.«Khal Drogo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora