~Capítulo 38~

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Sansa Stark ya no era la de antes. Durante años, cuando estaba a merced de los leones, esperó que su tan ansiado caballero llegara a buscarla. En su lugar, fue Bastet Targaryen la que la sacó de allí y le prometió una nueva vida. Ahora, siendo una rehén de los afentikós, no cayó en el error de estarse quieta a esperar a que otro la salvase.

Muchos de sus compañeros de Narkes no entendían la actitud casi alegre de Sansa, Láquesis y Medea. Las tres habían adoptado esa forma de actuar por una razón muy simple: sobrevivir. De tanto fingir indiferencia casi podían llegar a creerse que era verdad.

En Narkes la mayoría no moría por el duro trabajo al que eran sometidos, por las difíciles condiciones de vida o por el agotamiento que les acompañaba día tras día. Morían por la ausencia de esperanza. Llegaban allí convencidos de que la muerte les encontraría en la prisión. Tan seguros estaban de morir que, al final, ellos mismo firmaban su sentencia de muerte. Pero Sansa Stark no quería morir allí. Los restos de su familia estaban en las lejanas tierras del Norte y ella no permitiría que su historia acabase allí.

Debía volver con su familia.

Así se animaba Sansa cada vez que debía ser el entretenimiento, el botín de guerra, de los afentikós. Por suerte a alguien le importaba lo suficiente para tener un poco de tranquilidad.

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Nephertum Azinun era el segundo hombre más poderoso de Érinos y en unos años sería el más poderoso. Su condición de afentikó se veía empequeñecida por su condición de nacimiento.

Él nació dentro de una familia noble en los tiempos de los reyes Neferbah. Por mucho que los afentikós tratasen de volver a escribir la historia, no podían borrar completamente su rastro. Nephertum Azinun era una de las huellas del pasado que intentaban borrar, pero no podían remediar su edad ni su origen. Así, mientras los afentikós intentaban convencer a las gentes de Érinos de que la existencia de los Neferbah era muy lejana, la realidad chocaba de lleno contra ellos en la figura de Nephertum Azinun.

Sansa, la primera vez que lo vió, pensó que no podría tener más de cincuenta años, y no se equivocaba.

Nephertum era joven en el momento de la lucha de los afentikós, por lo que no distaba tanto en el tiempo como querían hacer creer. Él y su familia se habían salvado tras pactar su alianza con los afentikós, que se selló con el matrimonio de Nephertum y la hija del afentikó más poderoso de todos ellos. Él era, en cierta medida, el protector de Sansa.

—Mi señor, aquí tenéis a la muchacha. —Nephertum asintió ante el aviso. Hizo un gesto para que los dejase a solas.

Sansa sintió terror cuando la separaron de Láquesis y la obligaron a adecentarse para llevarla a un sitio desconocido.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el hombre en Lengua Común . Sansa murmuró su nombre—. No te he oído. Y levanta la cabeza cuando te hable.

—Sansa Stark —Sansa alzó la voz. Su interlocutor no parecía muy mayor, pero su mirada delataba cansancio.

—¿Sabes por qué estás aquí?

Sansa negó con la cabeza.

—Verás, Sansa. Eres un pequeño tesoro que le han robado a la Reina de las Cadenas. Una pequeña victoria que ellos creen que es digna de alabanza. Pero solo eres una niña que han robado porque no pueden hacer lo mismo con el dragón.

Hablaba de los afentikós como si no fueran de los suyos. El hombre suspiró negando ahora él con la cabeza.

—Mi suegro opina que deberíamos venderte al mejor postor, una manera de atacar a tu protectora... Pero, pequeña, estás de suerte. Tengo un trato que podría beneficiarnos a los dos. Necesito tener un pequeño ratón que escuche.

La segunda danza de dragones.«Khal Drogo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora