~Capítulo 48~

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Alrededor de Invernalia se levantó el campamento para contener a las tropas después de la batalla, mientras que aquellos de mayor rango fueron alojados en el interior. Las primeras noche tras la reconquista de la fortaleza estuvieron protagonizadas por el movimiento contaste, de aquí para allá, de un lado a otro, de todo tipo de gente.

Pasada una semana, los días ganaron tranquilidad, al menos la suficiente como para que la vida casi volviera a la normalidad. Sansa y Jon, como representantes de la Casa Stark, de encargaron de tomar las riendas lugar y arreglar los desperfectos causados por Ramsay Bolton. Los vasallos fueron convocados para jurar de nuevo lealtad al estandarte del lobo huargo, y la mayoría acudieron a la llamada, deseosos de que el Norte volviese estar al fin bajo el mando de un Stark. Tan sólo unos pocos se habían negado a ir o directamente no respondieron a las misivas enviadas, pero sin duda pronto cederán al ver que el aullido de los lobos volvía a sentirse en el Norte.

Los días eran fríos debido a la llegada del invierno. Aquellos que no estaban acostumbrados a este clima helado no tenían un momento de descanso, y por las noches el viento gélido quemaba con su frío invernal sus huesos.

Fue cuando los cosas se calmaron cuando una vista inesperada apareció en Invernalia una noche. Lucerys Velaryon, la joven hija de lord Jacaerys Velaryon, dormía profundamente en la habitación que le habían asignado. Para calentarse la habitación se había encendido un fuego, que apenas lograba iluminar la habitación, pero Lucerys había necesitado incluso así varias mantas de pieles para poder dormir. Ella había pasado todos su vida en el sur, en Marcaderiva, y aquel sitio le parecía un infierno, pero el deseo de acompañar a su padre había sido fuerte.

Lucerys dormía cuando una mujer desconocida para ella entró en la estancia. La mujer se detuvo a poco espacio del lecho, contemplando la cara de Lucerys. Le pasó una mano por la cara, con suavidad, como si tuviese miedo de herirla. Estaba caliente, debido al calor del fuego cercano. Intentó memorizar el rostro de la joven, imaginando sus ojos castaños con manchas violetas abiertos. Luego la mano de la mujer acarició el pelo plateado de Lucerys. Era suave y fino, y le recordaba al suyo propio.

—No te preocupes, no se va a despertar —susurró la mujer a la otra persona que acaba de entrar—, y de todas maneras, ya me marcho.

Lord Jacaerys Velaryon negó con la cabeza, aunque ella estuviera de espaldas a él, sin apartar la mirada de su hija.

—No, no voy obligarte a irte. Tienes todo el derecho a estar aquí.

La mujer se giró para mirarlo. Estaba tal y como la recordaba, no como él.

—Jace.

—Cuánto tiempo sin verte, Isis. —Una sonrisa sincera se dibujó en el rostro de lord Velaryon—. Mucho, mucho tiempo. Me alegra verte otra vez.

—Y a mí, Jace, aunque nunca he dejado de velar por vosotros.

—Nunca lo he puesto en duda. ¿Qué haces aquí?

—Quería verla, nada más.

Jacaerys asintió, debía de haber supuesto que solo era eso, nada grave.

—Isis, ¿y...?

—Daemon está bien —lo tranquilizó, adivinando qué quería preguntar—. Jace, él está bien. Yo me ocupo de eso.

Jacaerys se puso a su lado. Demasiados años sin noticias. Notó que tal vez estaba intentando no llorar, pero conocía a Isis.

—Jace, gracias.

—Para eso están los amigos —contestó antes de que ella volviese a desaparecer otra vez.

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La segunda danza de dragones.«Khal Drogo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora