Epílogo: 19 años después

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—¡Allí están! —Bastirya señaló con ansiosa energía hacia los barcos que ya se veían en el horizonte. Que no se cayera del balcón fue solo gracias a los dioses.

—Ten cuidado —rio Rhaegar a su lado, apoyado sobre la barandilla—. ¿Cómo narices le voy a explicar a tu padre que su hija se cayó por estar alegre?

El día era espléndido, como si la naturaleza también se regocijase por el esperado reencuentro. En realidad, él también deseaba que llegasen cuanto antes, solo que lo disimulaba mejor que su amiga. Ya habían pasado casi dos años desde la última vez que vio a su hermano, y Thorin había prometido volver por se décimo noveno día del nombre a casa.

—No seas idiota, Rhaegar, la corona debe haberte atrofiado la cabeza. Si me caigo, tú me agarrarías, ¿o serías tan mezquino como para dejarme caer?

—Hablarle así a tu rey es traición.

—No estás ni sentado en el trono ni con la corona, no hay nada que me indique que eres el rey. —Bastirya se encogió de hombros—. Entonces le estoy hablando a mi amigo, y a mi amigo le hablo como quiera.

—¿Qué mal habré hecho para merecer esto? —preguntó Rhaegar riendo.

Bastirya solía ser más seria, pero ese día se daba el gusto de bromear y reírse más de él que lo habitual. Rhaegar no iba a quejarse por eso, después de todo Bastirya también había estado lejos de un hermano. Cuando eran niños y Rhaegar no acompañaba a su hermano en sus travesuras era Dragmir, uno de los hermanos mayores de Bastiry, ael que lo hacía, y seguía acompañando a Thorin en sus aventuras de adulto. Bastirya estaba muy unida a su hermano y lo echaba de menos, justo como Rhaegar con Thorin. Era un día especial, en el que no cabían reproches sobre el comportamiento.

También era un día en el que Rhaegar se permitía relagar a un segundo plano todos los problemas del reino, cuyo número parecía multiplicarse cada día. Disputas territoriales, problemas en las cosechas, vigilar que Zhaerys no tramara nada nuevo... Si podía hoy pasaría un rato agradable con su hermano.

Puede que Rhaegar se quejase en ocasiones de lo difícil que era ser un rey, pero comprendía que él estaba allí gracias a los tantos sacrificios del pasado. Tras la muerte de su madre y su tía, los aliados de su madre aprovecharon que juntos eran los señores más poderosos de Poniente. El Norte, las Tierras de los Ríos, el Valle, las tierras del Ocaso y las Islas del Hierro se unieron por una causa común: apoyar a los nuevos herederos al trono, los hijos de la difunta Bastet Targaryen. Además, tenían la ventaja añadida de contar con el apoyo de Érinos, un reino que con el tiempo fue ganado riqueza y prestigio.

Fueron los amigos de su madre los que los criaron, y Rhaegar al ser el mayor fue siempre el heredero aparente durante la época de la regencia. Conforme iban creciendo, Thorin había demostrado que no estaba interesado en gobernar el reino, pero Rhaegar asistía a las reuniones del Consejo y se formaba lo máximo posible en su formación. Antes de que alcanzase la mayoría de edad cada hermano ya tenía claro cuál era su destino. Rhaegar fue coronado rey al cumplir la mayoría de edad, y la mayor parte del reino lo celebró, su hermano pequeño más que nadie. Aunque claro está, la noticia no sentó bien en ciertos sectores...

—¿Cuánto tiempo crees que tardarán? —preguntó Bastirya, más tranquila.

—No lo sé, pero no será mucho. —Entrecerró los ojos, buscando a su hermano—. ¿Dónde estará Thorin? No lo veo.

—¿Tanto me echas de menos, hermanito? —dijo una voz bajo ellos que los sobresaltó.

Thorin rio mientras su dragón se elevaba hasta la altura del balcón. Rhaegar también rio al ver a su hermano.

La segunda danza de dragones.«Khal Drogo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora