Extra 1: Padre

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El rostro del Padre es fuerte y severo,
juzga certero el bien y el mal.
Sopesa las vidas, las largas y las breves

El príncipe Rhaegar no podía dormir porque tenía miedo de sus sueños.

A poca distancia, su hermano Thorin descansaba en su propio lecho, ignorante a las pesadillas de su hermano. La respiración lenta y tranquila de Thorin era lo único que espantaba el silencio de la noche.

Rhaegar llevaba muchas noches sin dormir bien. Hacía varios giros de luna que sus sueños habían empezado, pero no recordaba con exactitud el momento justo, aunque sí lo primero que soñó: gritos y sangre, una mujer dando a luz en medio de una batalla.

Despertó llorando, y cuando se lo contó a su tutor Jon Nieve, este le había dicho que así fue si nacimiento. Jon le había prometido que solo era una pesadilla producto de su imaginación, que alguna vez habían oído esa historia y la recordaba en sueños.

Pero todo era tan real, se sentía demasiado real.

Y Rhaegar nunca había escuchado antes la historia de su nacimiento.

Después de aquel día, sus sueños se repitieron. Veía a gente morir, escuchaba sus gritos y sus súplicas. Vio a una leona de oro entrar en el fuego, vio a dos dragones muriendo a la vez, vio a un dragón comerse a un caballo, una gran batalla ocurrida en un río. El joven príncipe solo veía en sus sueños muerte y destrucción.

Al principio le contaba sus sueños a su tutor, y Jon le decía que aquellos eran hechos ocurridos en la realidad. Dejó de hacerlo por dos motivos: para no preocupar a sus seres queridos y para no beber la leche de amapola.

Cuando estuvo claro que los sueños llegaron para quedarse, Jon le pidió a los maestres soluciones para el joven príncipe. Después de varios intentos inútiles, se llegó hasta la leche de amapola. El remedio funcionaba, Rhaegar dormía toda la noche sin abrir los ojos ni una sola vez. Lo único malo era que no eliminaba sus pesadillas. Podría dormir toda la noche, pero estaba atrapado con sus horrores nocturnos sin ayuda.

Rhaegar abandonó la leche de amapola y mintió sobre sus pesadillas incluso a su hermano Thorin. No quería estar sin salida solo por no poder despertar.

Así comenzó su odisea nocturna.

A veces con los ojos cerrados solo por descansar la vista, otras mirando a la oscuridad, el príncipe Rhaegar aguardaba cada noche la salida del sol. No temía a la oscuridad de la noche ni a los peligros que ocultaba; después de todo, Thorin y él eran los niños más protegidos de Poniente.

No temía a lo que no podía ver, temía a aquello que veía con los ojos cerrados.

Aquella noche estaba siendo más complicada de los habitual. Estaba muy cansado, pero suponía que aún quedaba mucho para el amanecer. A veces caída en la tentación del sueño, pero en aquella ocasión se resistía.

Thorin estaba muy quieto. Apenas podía ver a su hermano por la escasa luz. Su respiración seguía tranquila, lo único que se oía en la noche.

Hasta que un hombre comenzó a cantar.

Era una voz preciosa, aunque triste. Rhaegar escuchaba con la vista fija en el techo. Era una historia de dioses y dragones, del Feudo Franco de Valirya.

La voz se alajeba conforme su dueño avanzaba por los pasillos de la Fortaleza Roja.

Rhaegar quería seguir escuchando aquella balada. Se levantó de la cama con cuidado para no despertar a su hermano y salió al pasillo, y se sorprendió por no encontrar ningún guardia en su puerta. Jon y Tyrion había acordado que lo mejor por su seguridad era apostar como mínimo dos guardias en su puerta. Pero aquella noche no había ninguno...

La segunda danza de dragones.«Khal Drogo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora