Érinos era un lugar lamentable, mirases por donde mirases. Sus pobres gentes trabajaban de sol a sol y de luna a luna, pero aún así la pobreza reinaba en el lugar. Se contaban historias en las cuales la isla, en un pasado remoto, era un importante aliado del Feudo Franco.
Las gentes de aquel reino, cuyo nombre se perdió con el tiempo, al igual que la esperanza, fueron nobles guerreros, aliados de los señores dragón. Su fe en su diosa, Bastet la Desgarradora, guiaba sus actos en batalla. Nada provocaba mayor temor que sentir las hordas de guerreros capitaneados por un señor de dragones.
Las valerosas gentes de Bastet contribuyeron al alzamiento de Valyria mas, ¿por qué? Nadie lo sabe. Tal vez ambos territorios eran hermanos de fe. Algunos maestres dice que los valyrios hacen referencias a una diosa desconocidas en obras salvadas por estudiosos de la gran desgracia. Si bien Bastet era una diosa menor para los valyrios, para los habitantes de la isla era la única, pero aceptaban la existencia de otros dioses y creencias.
Fuera de su religión, ambos pueblos no compartían mucho más. Los hijos de la Antigua Valyria son conocidos por su gran belleza, sus rasgos más característicos, cabelleras de oro blanco y ojos violetas. Por otra parte, los seguidores de Bastet tenían el cabello normalmente de tonalidades oscuras y los ojos rasgados y también oscuros.
El reino de Bastet cayó mucho antes que la maldición de Valyria. Las malas lenguas dicen que la caída de los hijos de la diosa fue propiciada por los valyrios. Puede que fuese la envidia o el temor. De cualquier manera, los ancianos de lo que hoy es Érinos cuentan que la maldición fue provocada por la Desgarradora, como venganza por lo cometido a sus protegidos.
Una vez la diosa Bastet salvó Érinos y lo vengó de sus enemigos. Ahora, otra Bastet, una de las princesas de fuego y sangre, volvería a socorrer a Érinos.
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Se quedarían en el límite del territorio principal. Unos pocos entrarían de incógnito para ver la situación real. El grupo estaría compuesto por Bastet, Drogo, Jack, Marie Antoinette. Richard y Asha. El resto esperaría a su regreso.
—¡Yo también tengo que ir! —le suplicaba Sansa a Bastet el día anterior.
Sansa se había personado en su tienda al conocer su decisión. Sansa se había preparado mucho para eso.
—No —contestó Bastet. No sabía qué se encontrarían allí, pero Sansa todavía no estaba preparada—. Tú no irás. Te necesito aquí.
-¡Pero...!
—Sansa, no te quedas aquí por capricho. —«Solo tengo miedo por ti»—. Sabes tratar con Viseniam. Por eso te quedas. Si nos vamos las dos no queda nadie para encargarse de ella.
Sansa pareció aceptar ese argumento a regañadientes. Se volvió a su tienda, medio enfadada, medio llorando. Se sentía una carga desde que todo comenzó.
Cuando llegó a su tienda, permitió que las lágrimas salieran. Seguía siendo una niña débil. La misma que llegó a Desembarco del Rey pensando en su boda con Joffrey. Pero ahora era distinto. Su padre murió por fiarse de quien no debía. Su hermano Rob no perdió ninguna batalla y, aun así, perdió la guerra. Su madre murió con Robb en la Boda Roja y de la mujer de su hermano, Jeyne Westerling, se decía que estaba encerrada en una torre para silenciar los rumores de embarazo. Sus hermanos Bran y Rickon fueron asesinados. De Arya no sabía nada, lo más seguro es que estuviera muerta como el resto. Su hermano bastardo era el único que le quedaba, pero Jon estaba lejos, en el muro.
Era una loba sin manada. «El lobo solitario muere», pensaba mientras lloraba sin hacer ruido. Una inútil, eso era. Una carga inútil.
«Arya sería mejor guerrera que yo», esas palabras se cruzaron en su mente.
—Arya
Puede que no hubieran tenido la mejor relación, pero ahora se daba cuenta de que quería a su hermana. Secándose la lágrimas abrió su baúl, aquel que llevaba todo con lo que salió de Vaes Dothrak.
Era la espada que Bastet le había regalado antes de partir. Sansa miró la espada con detenimiento. No era del estilo dothraki y la hoja desprendía cierto brillo azul, como el hielo. En la empuñadura, destacaba la figura de un lobo huargo, el símbolo de su casa, de color gris.
«Arya se moriría de envidia», sonrió al pensar eso. La espada de su hermana era más sencilla. Arya pensaba que la escondía bien, pero una vez la había visto de refilón.
—Te echo de menos. A todos, en realidad.
La espada todavía no tenía nombre. No sabía el nombre de la de Arya. Esa espada debía ser de su hermana y no de ella. Miró el reflejo de sus ojos azules en la hoja.
—Te llamarás Nymeria.
«La manada sobrevive». Ella ya nunca sería otra vez una loba solitaria. Tenía una nueva manada a la que proteger.
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No debí tratarla de esa manera- le decía Bastet a Viseniam.
Las dos estaban mirando las estrellas. Bastet se sentía mal por tratar tan bruscamente a Sansa. Viseniam se había tumbado en la superficie y Bastet estaba sentada mientras acariciaba la cabeza de su hija. Con la otra mano, jugaba con el colgante que Sansa le había regalado. El de Lyanna. Rhaegar nunca quiso responder sus preguntas sobre Lyanna, pero Bastet intuía la verdad. Él la amó y ella a él. Las mentiras del Usurpador eran solo eso, mentiras.
-También siento tener que dejarte.-Se dirigía ahora a la dragona-. Pronto volveré junto a ti.
Viseniam emitió un sonido, como queriendo decir que se preocupaba.
-No puedes venir con nosotros- le dijo-. Llamarías mucho la atención. No tienes de qué preocuparte, Drogo estará allí.
-Si alguna vez me apartó de ti, que Viseniam me queme- dijo la voz de Drogo a espaldas de Bastet.
Viseniam volvió a emitir un gruñido.
-Está de acuerdo- le dijo Bastet sonriendo.
Drogo se sentó detrás de su esposa y Bastet se apoyó en él. Drogo la abrazó.
-Ya está todo listo para mañana -le dijo.
-Bien.
Los tres se quedaron en silencio, mirando el cielo estrellado.
-Shieraki gori ha yeraan- le dijo Drogo a Bastet mientras tocaba su cabellera de plata.
Bastet se giró con una sonrisa. Le besó y Drogo le correspondió.
-Shekh ma shieraki anni-contestó Bastet antes de volver a besarlo bajo la luz de la luna.
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-¿Todo Érinos es igual?-preguntaba Richard mientras caminaban por las calles del pueblo más cercano.
-En la capital todavía puedes ver algo mejor -respondió el capitán Jack.
Estaban cubiertos con las capas típicas del lugar. De vez en cuando, veían pasar a los mercenarios contratados por los afentikós para vigilar a los esclavos. Bastet estaba desolada. Cuando vio a varios a un niño llorando su preocupación se hizo visible. Asha se acercó para darle la mano.
- Ayudaremos a todos. Por eso estamos aquí. Luego, los voluntarios te ayudarán en lo que haga falta-le dijo.
Según las historias, una diosa había salvado al pueblo de Érinos y después se marchó. La diosa volvería a ayudar a los suyos siempre que fuera necesario. Ahora, no llegaba una diosa a socorrer a Érinos, sino una princesa de fuego y sangre.
Primero llegó la diosa Bastet la Desgarradora. Ahora llegaba Bastet Moonborn de la casa Targaryen, princesa de fuego y sangre.
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La segunda danza de dragones.«Khal Drogo»
Hayran KurguHace mucho tiempo los dragones danzaron en Poniente dejando tras ellos un rastro de fuego y sangre. El conflicto entre dos hermanos provocó que miles de personas pereciesen al ritmo de su baile. Pero tal masacre no volvería a sucederse. ¿O sí? { ﹀...