31. El último beso

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Desde el momento en el que fui capaz de entender, mis padres me instruyeron para que jamás llegara de visita con las manos vacías

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Desde el momento en el que fui capaz de entender, mis padres me instruyeron para que jamás llegara de visita con las manos vacías. Hoy agradezco haber asimilado esta conducta, o de lo contrario no tendría nada con lo cual desquitarme de los nervios que me azotan con estrépito motivados por la decisión que se mantuvo tejiendo por una semana en mi cabeza hasta estar finalmente acabada, ahora a minutos de ser desarrollada, y por la estructura frente a mí, tan imponente como capaz de hacerme sentir opacada.

Hace aproximadamente una semana, cuando tuve aquella conversación con Lucas en casa luego de la fiesta y decidí que dejaría el ósculo en el olvido, la situación se ha vuelto mucho más complicada de lo que hasta entonces supuse. A partir del minuto uno transcurrido a mi falsa declaración esa mañana no he hecho más que pensar, elucubrando sobre si esto fue lo más acertado, porque contrario a lo que esperaba ese efímero contacto entre ambos se ha hecho cada vez más intenso, tanto como insostenible, impertinente, vívido y confuso en mi mente.

Pensaba en él todo el día desde lo que sucedió en aquella madrugada y la situación no cambiaba al llegar la noche; en la que rememoraba inconscientemente lo que hicimos y lo que sentí con esto, incluso la contricción resultante de lo mismo, y cuando dormía lo recreaba con la misma intensidad en sueños. Pasados algunos días ya no soportaba sentirme de esa manera, en la que faltaba a mis responsabilidades académicas y laborales consecuencia de la confusión y la culpa de haberle fallado a mi novio, de quien acabé aislándome algunos días por vergüenza. Me encontraba en demasía dispersa, débil, irascible e inestable emocionalmente todo el tiempo, inclusive algunas veces llegué a desquitarme con personas ajenas a esto. Por esta razón, reacia a seguir lidiando con el peso de ese recuerdo en mi cabeza y sus derivaciones, decidí alejarme de Lucas al menos hasta conseguir aclararme y desprenderme de todas esas sensaciones y pensamientos, porque estaba cansada y no merecía esto.

Fue así como le quité el habla, modifiqué mis horarios para evitar encuentros con los que no me creía capaz de lidiar e ignoré sus genuinos intentos de establecer conversaciones, hasta que comprendí que nada estaba funcionando porque pese a mis intentos él y lo que sentía seguían persistentes y egoístas bailando en mi interior. Concluí entonces en que no tenía sentido seguir perdiendo el tiempo y que debía relajarme porque esta situación mejoraría solo cuando me desligara por completo del objeto de mis distracciones y de mi apunamiento, que todo acabaría cuando retomara la rutina de mi vida, y me convencí de que pronto todo malestar y mansedumbre cesaría.

Sin embargo, no pensaba acercarme de nuevo, al contrario. Me prometí que mantendría firme el distanciamiento y así lo haría hasta que todo volviera a la normalidad por difícil que fuera, pero no tardé en caer en cuenta de que todavía faltaba para que eso sucediera y decidí apresurar un poco los acontecimientos, segura de que perdería mi nimia cordura si esperaba un día más.

Me parecía injusto tener que continuar lidiando sola con todo eso que jamás debí sentir, sin que él mostrara un ápice de empatía, culpa, o al menos de ese cariño confundido que yo estaba sintiendo, sin que siquiera lo recordara como si fuera un suceso sin importancia, y recurrí a mi única y desesperada solución razonable: mi novio. Supuse que si estaba experimentando todo esto era simplemente por la tormentosa ausencia de Keanu, porque lo extraño muchísimo y mis emociones se están confundiendo, y por lo mismo me animé a intentar erradicarla. Por eso vine a él, convenciéndome todavía de camino que todo malestar atenuará y la desviación sinsentido de mis sentimientos desaparecerá apenas consiga verlo.

Tametzona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora