36. Lo único que quiero

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No me sorprendería descubrir que todo quien me rodea ahora puede sentir mis nervios. Y es que jamás me sentí tan nervioso, mucho menos pensé que lo estaría tanto por la proximidad que siento cada vez más sobre mi espalda, de mi figura y la entrada de ese departamento.

Ryan, quien me habla ahora de lo que debe y también de lo que no, parece notarlo, y no intenta ocultar su sonrisa.

—Y en cuanto al precio, ya sabes que bajó por el declive de la demanda, pero Jeremiah sugirió ofrecer cinco mil por debajo del precio de lista. Hay algunas reparaciones por hacer con plomerías y tuberías de gas que podrían retrasarnos tanto el papeleo como la mudanza y es un coste que no tiene por qué salir de tu bolsillo. Considero que está bien, tomando en cuenta que es un detalle que los propietarios se ahorraron revelar. Aunque la decisión final es tuya, eso lo sabes... —puntualiza, mirándome con su postura profesional, pese a que no deja de sonreír, antes de observar a la persona a mi lado—. O de ustedes.

—Prefiero ir por lo seguro —concluyo, sin mucha meditación. Llevo esperando demasiado tiempo por esto como para arriesgarme a perderlo por circunstancias soslayables.

—Estoy de acuerdo —apoya mi padre, antes de dar su versión experimentada del tema—, pero ten en cuenta que ellos tendrán que hacerse cargo de las reparaciones de todos modos, aun si no pagas eso.

—Sí, por regla —corrobora el agente, agitando una única vez la cabeza en afirmación.

—Es tu primera compra. Entendemos que no quieres arriesgarte a que alguien más eleve su oferta por encima de la tuya y acabes perdiéndola, pero recuerda que fue un valuador quien sugirió esto, no nosotros, y que él tiene mucha más experiencia y conocimiento del que poseemos nosotros juntos. Piénsalo, porque es solo una sugerencia, pero te podría ayudar. Igualmente es tu esfuerzo de años y por lo tanto tu decisión, yo te apoyaré en lo que sea que decidas —comunica papá, sonriendo con gentileza.

Le devuelvo la sonrisa con un poco de reticencia, antes de mirar a Ryan que me recibe del mismo modo.

Me tomo mi tiempo antes de contestar. Ellos no están presionándome; llevamos tres días continuos de conversaciones, movimientos, papelorios y trámites financieros que escasamente entiendo y desde el principio se han mantenido pacientes ahí, a mi lado, como el equipo que somos en este proceso. Sin embargo, pese a que nadie me apremia, siento que debo dar cuanto antes mi respuesta, corriendo en una competencia que parezco tener conmigo mismo, porque yo sí me estoy presionando.

Me resulta inevitable sentir este incesante peso acumulándoseme en los hombros y en la cabeza desde que inicié esto, porque es lo más grande e importante que he hecho por mí mismo hasta ahora y conlleva un nivel excesivo de responsabilidad que me inquieta incluso el sueño. Soy el dueño y promotor de una presión que surge en consecuencia de mis emociones, pero no puedo evitarlo. Las ansias por acabar con esto por lo que he trabajado por años me supera, así como los nervios por la idea de que todo acabe mal.

Estoy apurado porque anhelo que todo salga bien, porque no puedo ni quiero esperar y porque temo dar un mínimo paso en falso que me haga retroceder en todo este camino que ya he atravesado; porque quiero seguir manteniendo el control de mi vida y mis decisiones como hasta hoy, aun estando consciente de que podría tomarme tiempo discernir cuál es la opción correcta en este caso. Tal vez soy impulsivo estos días, más arrebatado que nunca, pero sencillamente me niego a perder esto antes de siquiera poder conseguirlo, y por eso mis prisas.

—Bajemos solo dos mil. Seguramente hay otros interesados y no quiero arriesgarme —decreto, tajante y firme como nunca antes creí estarlo.

—Buena decisión —me anima papá, sobando mi espalda con cariño por unos segundos en los que no deja de sonreírme.

Tametzona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora