15. Intenciones sublimadas

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Exhalo una bocanada de aire cuando apoyo finalmente la espalda sobre la suavidad de mi colchón, agotada y agitada por la carrera que me ha hecho dar Gaia en su persecución destinada al rescate del zapato que le robó a mi mamá y que me trajo minuto...

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Exhalo una bocanada de aire cuando apoyo finalmente la espalda sobre la suavidad de mi colchón, agotada y agitada por la carrera que me ha hecho dar Gaia en su persecución destinada al rescate del zapato que le robó a mi mamá y que me trajo minutos antes tan orgullosa como si se lo hubiera pedido.

Ella me hizo recorrer cada rincón de la casa, que si bien no es extremadamente grande, sí tiene el tamaño suficiente como para agotar las exiguas energías de un espécimen que apenas se ha alimentado en el día. La imprudente ni siquiera tiempo me dio a calzarme, me obligó a pasear en calcetines por cada sitio en el que pensé que podría estar, hasta hallarla pasados varios minutos dentro de la oquedad de la barra de desayuno, donde suele ocultarse siempre que roba algo y donde auguro, más pronto de lo que cree quedará atrapada. La ingenua no parece percatarse de que está en rápido crecimiento, mucho menos de lo que provoca su comportamiento.

Hoy por primera vez ella me hizo experimentar la decepción que al menos en una ocasión padecen las madres por sus hijos. Ni siquiera los primeros días, cuando Gaia esparcía sus fluidos y materia fecal en el interior de la casa falta de entrenamiento y me veía en la obligación de limpiar, me sentía de este modo. Esto, resultado de su ingenuidad y su inocente momento de solaz ajeno a su entendimiento, va más allá de cualquier menudencia que haya hecho antes.

Ella sin saberlo me hizo perder algo por lo que aunque lo intente no podría culparla y no es solo porque sería injusto, sino porque no lo comprendería. Perdería incluso el tiempo procurando hacerle saber que gracias a eso me encuentro cohibida y triste.

Estoy convencida de que en caso de entenderme, Gaia de cualquier modo no se disculparía, en su lugar me gritaría que soy cobarde por no aceptar que el asunto tiene una solución muy sencilla y contundente, pero a la cual no accedo porque una especie de magia oscura invisible asediando mi voluntad me impide dar un mísero trasiego que me ayude a acercármele. Ella alegaría que quizás el hechizo está impuesto por mí misma, y la verdad no lo negaría.

Hace un rato cuando le dije a Lucas que iba a cortar la llamada en realidad no planeaba hacerlo. Sé que habría muchas más cosas sobre las que querría hablarme, por lo que no me dejaría ir tan fácilmente. Él se habría esforzado para detenerme como le fuera posible para lograr que la conversación se extendiera más tiempo del que cualquiera consideraría demasiado, pero que sería insignificante para nosotros. Es así como ocurría siempre porque ambos estábamos dispuestos. Y no es que hoy no lo estuviera, pero sí deseaba que insistiera un poquito más, hacerme la víctima antes de ceder dominada por la estúpida indulgencia. Quería hacerlo sufrir un poco y que rogara por mi atención. Pienso que es nada, en comparación a lo que merece después de haberse comportado como lo hizo conmigo. 

Estaba dispuesta a conseguirlo por complicado que fuera, mas no contaba con que la inmadurez cronológica de Gaia y sus energías inagotables que envidio me lo impedirían.

Tametzona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora