58. Como otras veces

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Por primera vez pienso que sentir debería tener un límite, algo que restrinja posibles excesos por prevención a la salud física y mental, o que señale que experimentar sensaciones en demasía es un delito, si con esto puede mantenerse un poco de cordura y serenidad. Y es que creo que nunca me sentí tan nerviosa, menos por la llegada de un día cualquiera, como me siento ahora.

Es sábado. Restan cuatro minutos para las once de la mañana y ya Lucas está esperándome en la sala, dispuesto a tener conmigo una cita que nos tomará cuando menos más de un día. De nuevo seremos él y yo. Solos. Quién sabe en qué lugar del mundo. Y la idea me emociona tanto positiva como negativamente.

El jueves, cuando me invitó a salir, supuse que iríamos a comer helado, a ver una película de nuevo, que pasaríamos un rato en su departamento, en un parque o que realizaríamos cualquier actividad que no nos resultara desconocida, porque es difícil ya encontrar algo que no hayamos hecho. Me sorprendió saber esta mañana, sin embargo, que estaba equivocada, que él más bien tenía un plan trazado desde antes y que, encima, había acordado con mis padres esto que sigue siendo un misterio para mí. 

Me encanta lo desconocido. Pero esta vez la misma expectativa me aterra.

No sé por qué estoy tan asustada y nerviosa, por qué mis manos están heladas ni el motivo por el que mis piernas tiemblan y mis latidos exacerban con el paso de los segundos. Me arde incluso la contracción de mi estómago y estoy tan ansiosa que no quiero siquiera pensar en averiguarlo. Me resulta más sencillo asumir que todo se debe a la sensación de novedad que esta y todas nuestras recientes experiencias juntos me generan.

Me gustaría decir que Lucas no me pone nerviosa, que soy solo yo y mi inseguridad, o mis miedos y angustia, pero la verdad es que todo es por él. Podría vomitarme encima en consecuencia de su cercanía y no me sorprende.

—Cuando lleguen me envías fotos. Si están ambos en ella mejor, me servirán para la fiesta—pide Julieth, luego de infundirme ánimos entre estrujones efusivos y besos.

Intento decirle que no somos su circo, pero no consigo hacerlo porque a Belle la imitan Lily y Haniel, que desde la noche anterior comparten también la habitación conmigo.

Ayer acordamos reunirnos y nos desvelamos un poco ultimando los detalles de nuestra fiesta de cumpleaños. O yo lo hice, mientras ellas armaban teorías sobre este fin de semana y lo que quieren, más que imaginar, que ocurra en el transcurso. Aunque no me quejo pese a todo. Ellas me ayudaron a agilizar el proceso con las cremas, accesorios e indumentos para mi viaje, y ocupándose de mi equipaje lideradas por Julieth, atentas a que cada artículo dentro de la mochila fuese propicio y estuviera en su sitio, yo me preocupé solo por prepararme como es debido, incluso psicológicamente, para la cita. 

Por eso cuando me despido de ellas me deshago agradeciendo sin pausas a sus deseos, ayuda e incluso los empujones que me dan hacia la salida, y las dejo en mi habitación a cargo de sus asignaciones auto impuestas para la fiesta. Luego voy con Lucas, que sigue junto a mis papás. Mi padre, sin perder tiempo al verme aparecer, repite una retahíla de reglas y pautas que ambos debemos seguir si, en sus palabras, queremos seguir en una relación con Lucas entero y yo libre de encierros. Sé que bromea y que está siendo dramático, pero comprendo lo que intenta decir, y la forma en la que deja explícito en lo tácito que no quiere que perdamos su confianza.

Aunque me hago la tonta al despedirnos.

Una vez segura y lejos de los ojos auscultadores de mis amigas y progenitores me aseguro de saludar a Lucas como creo que es debido, acercándome más para abrazarlo con fuerza previo a besar sus labios. No me demoro, pese a que me encanta explayarme en su lugar, porque no quiero ser el teatro emotivo de mis amigas y su escarnio. Y es que no me sorprende que derriben las paredes solo para averiguar lo que sucede entre ambos afuera.

Tametzona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora