5. La edad no limita sentir

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Me trago todo malestar extenuante y sigo mi camino en dirección al auto, donde mi hermana espera con la vista al frente y los brazos cruzados. Quizá no está tan molesta, pero quiere hacerme creer que sí, y la conozco lo suficiente como para saber que no pasará mucho tiempo en el que me lo haga saber.

—Estoy enojada contigo —expone, girando la cabeza para verme con una seriedad fingida.

Dejo salir una risita sin muchas fuerzas, pero divertido por su dramatización, y regreso la mirada al frente para concentrarme en mi tarea.

—Y yo también estoy feliz de verte. Te queda muy linda la trenza —le hago saber, sonriendo todavía a la vez que introduzco la llave en el contacto para volver a la marcha.

—¿Qué dominios te sucede? —inquiere, aún seria.

Me doy cuenta de que esta vez su tono no parece fingido y trago grueso. Sé que no estoy equivocado y que al inicio sí bromeaba, pues sigo firme en que la conozco bien, pero que ahora hay algo real que sí es suficiente como para hacer que su molestia se exhiba de verdad.

—No sé de qué me estás hablando —admito, restándole importancia sin despegar la mirada del frente.

Veo de soslayo que Julieth se incorpora en el asiento y deja salir un suspiro, armándose de paciencia para hablarme con suavidad pese a que está molesta porque sabe que los gritos no funcionan conmigo, porque recuerda que si está alterada yo no le daré importancia a lo que sea que tenga por decirme.

—Lucas, eres mi hermano, y te conozco aunque intentes ponerle más fuerza cada día a tu barrera. Sé que algo no está bien contigo, que te molesta o te perturba, pero tu familia, Luna y yo no tenemos la culpa. Nunca antes rechazadas una invitación para comer con los tíos y...

Es eso.

Desvío la vista a mi costado izquierdo, viendo en dirección a las casas frente a las de mis tíos en un esfuerzo por huir a la atenciosa mirada de mi hermana.

—Nada me está pasando, solo estoy cansado. Perdón si te hice creer que es contigo —me disculpo, porque ella tiene razón al decir que ninguno de ellos tiene la culpa, y he sido tan inconsciente y egoísta que solo me he limitado a pensar en mis sentimientos.

No es difícil pensar en ellos, pero últimamente manejarme a mí mismo se ha vuelto una tarea complicada. Ni siquiera soy capaz de manejar mis tiempos, mi concentración se mantiene fluctuante y a duras penas alcanzo estos días la inspiración, por eso mi interés al acabar raudo la última pintura. Detenerme a pensar en ellos se vuelve difícil aun cuando quiero por arduo que parezca, porque ni la organización tengo para centrarme al menos en mí.

—¿Crees que eso es suficiente para mí? No soy tonta, Enel —insiste ella, alzando un poco más su tono de voz; luego suspira, sosegándose para seguir otra vez con suavidad—. Sé que algo te sucede y decir mentiras jamás funcionará, no conmigo.

—Da igual, Bellemere. No quiero hablar —advierto, porque si sigue persistente acabará con la poca paciencia que tengo ahorrada estos días.

Últimamente he tomado mucho de esa alcancía imaginaria y no quiero terminar en condiciones precarias por la incomprensión de mi hermana.

Julieth resopla obstinada, pero no dice nada más. Esta vez se mantiene en silencio, de brazos cruzados y con una expresión contrariada que inexorablemente me hace sentir mal.

Odio que esté molesta, odio mentirle y discutir con ella, pero si me dejo ceder ninguno de los dos acabará bien cuando mi mansedumbre alcance su punto de quiebre. Ella no se detendría, yo no pararía, y ambos acabaríamos verbal y emocionalmente lastimados. Y quiero que entienda que yo también puedo molestarme, que estoy en mi derecho de enojarme con el mundo, conmigo mismo y también de reservarme, y que ella debe respetar eso por mucho que le pese porque se trata de mi sentir.

Tametzona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora