🎀 Prólogo 🎀

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Decir que la vergüenza propia no desollaba con lentitud cada espacio de su ser, sería una manera optimista de describir el decadente estado de Miranda Lee. Arrastrando sus delicados y descalzos pies sobre el frío del hall principal a oscuras, deja sus costosas botas de cuerina abandonadas a un lado de la alta puerta de entrada, y acaba por soltar el aire que estuvo reteniéndose por tanto tiempo en sus pulmones. La humillación pica por cada rincón de su piel, en un no muy humilde recordatorio de cómo la enviaron a casa en un taxi luego de haber tenido una cansina situación que expuso su lado más vulnerable.

En partes iguales, mientras se abre paso en el espacioso penthouse que pertenecía a su gemelo, cae en cuenta que el olor a jabón y perfume varonil, aún la rodea como un aroma intoxicante que le provoca rubores inevitables en su afinado rostro. Y le gusta, le gusta de tal manera que se apena en admitirlo, pero termina haciéndolo al pararse frente al refrigerador de doble puerta para abrirlo y quedarse cegada unos minutos por la brillante luz que proviene del interior.

Oh, pobre niña rica... ¿O debería decir, pobre niña pobre?

La grave voz del hombre se esparce como pólvora volátil en su cabeza, de hecho, en todo el trayecto a su casa, nunca le abandonó entre la soledad. Y de sólo pensarlo, le quería haber podido callar en ese instante frente a tantas personas. Sin embargo, ella sabía lo que se le avecinaba si abría su boca para replicar. Era evidente, su viejo Status Quo se había ido al carajo de sólo ser expuesta frente a muchos desconocidos, y aunque quisiese mentir, aquello le atraía y dolía de formas equivalentes.

Quiso creer por un par de minutos que el maldito de John Suh se equivocaba, ella seguía siendo una pobre niña rica que aún era parte de la alcurnia elitista. Pero, el interior de su moderno refrigerador decía lo contrario, estando tan vacío como su cuenta bancaria bloqueada y sus bienes decomisados. Cerró con rabia la puerta que aún le alumbraba entre la penumbra, cansada de ver sólo agua y algunos fideos instantáneos en su interior.

Sí, definitivamente Miranda se convirtió en una pobre niña pobre, atrapada en una burbuja social de la que la mataban por sacar a trompicones.

La resignación de ir a la cama sin cenar ya era parte de ella, hasta que se detuvo helada frente a la encimera de mármol de la cocina y observó detenidamente unas cuantas cartas apiladas, que se le sumaban al otro montículo que tenía meses descansando sobre el mismo sitio. De inmediato, sus frívolos ojos dieron contra el sello distintivo color azul rey, el cual había visto un millón de veces y se negaba a siquiera romperlo para leer lo que ocultaba bajo este.

No obstante, la desesperación fue mayor para ella, y sin un abre cartas de por medio, rompió el sobre más reciente con uno de los cuchillos olvidados de la cocina. Sin poder mentir, Miranda contenía dolorosas lágrimas que llevaba horas intentando no derramar. Imposible que ella lo hiciese frente al bastardo guapo de John, imposible que ella se doblegase ante alguien. Aunque, en la soledad de ese inmenso departamento, ella sólo quería desmoronarse en llanto, mientras pedía que su vida perfectamente calculada fuese devuelta.

Tú elegiste esto, imbécil. Tú lo elegiste al negarte ante un casamiento arreglado.

Tú lo elegiste al volverte el amorío del novio de tu adorado hermano mayor.

Tú lo elegiste al creerte lo suficientemente inteligente para disuadir a tu padre, cuando la historia era que, el hombre ya tenía todo planeado para ti.

Se sentía un títere, aunque nunca quiso verse de esa manera al tener tantas libertades, pero aquella era la verdad y esas cartas que había estado evitando, le recordaban la risa ganadora de Lee Minyeon, diciéndole que esperaba el momento exacto en que ella bajase la cabeza para rogar volver a casa.

𝐑𝐢𝐜𝐡 𝐆𝐢𝐫𝐥𝐬 𝐃𝐨𝐧'𝐭 𝐂𝐫𝐲 [NCT REVERSE HAREM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora