Capítulo 09, Parte II:
Lágrimas familiares.Dios, tengo los ojos de mi padre.
Pero los de mi hermano cuando lloro.
La claridad de la luna azul atravesaba el ventanal victoriano. Afuera, la ventisca de la noche clara anunciaba la llegada de la primavera, una de sus estaciones preferidas del año. Perdida en la tenue oscuridad que adornaba el decorado jardín, una sonrisa ladina se le escapó de sus enrojecidos labios, exponiendo la envidia que sentía al ver a todos aquellos niños pequeños corretear de aquí para allá ignorantes del evento que se llevaría a cabo.
Absorta en su mente cansada, Miranda deseó poder estar en su cama, en vez de esperar pacientemente su turno para ser presentada ante una cena caritativa de gala. A rastras fue llevada, en contra de su voluntad y siendo presionada por su madre a vestir un vestido en tonos pasteles y tela en demasía. A pesar que sabía que se ganaría una mueca de decepción pura por parte de la mujer, la chica hizo caso omiso a su petición y usó la ropa que ella quería esa noche, era lo mínimo que podía hacer ante el irrefutable hecho que detestaba estar ahí.
—¿No es preciosa la noche? —En un francés profundo la voz se coló a sus espaldas, erizándole la piel desnuda del cuello al sentir una respiración ligera instalarse detrás de ella.
Miranda ya no sólo sonreía a causa de los niños, sino debido al aroma que desprendía el chico que le hacía sombra. Tan dulce y varonil al mismo tiempo, con un particular toque cítrico que le encantaba saborear al cerrar sus ojos, él siempre olía tan bien. La inercia le permitió reclinarse del pecho contrario, sintiendo su espalda desnuda tiritar cuando la tersa mano del mayor acarició con destreza el costado de su cintura, ahuecándola con sus tibias y fuertes manos que susurraban posesión. Como si conociera cada uno de sus puntos débiles, ella se hallaba suspirando en sus brazos a causa de un toqueteo gentil, al igual que muchas otras noches donde sus encuentros no eran precisamente afables.
Un enjambre de mariposas recorrieron su cuerpo, haciéndole latir el corazón rápido cuando cruzó sus tobillos para encontrar el rostro del hombre del que se hallaba perdidamente enamorada. Sin titubeos, sus palmas encajaron con precisión sobre la barbilla perfilada del de cabellos castaños, y al verle darle una sonrisa de hoyuelos tiernos que escondía intenciones oscuras, la chica creyó que se iría al suelo de sólo poder estar entre su agarre dominante.
Era tan guapo, de sólo observarle podría quedarse sin aire. Tenía el rostro más perfilado que jamás habían tenido en frente.
—Tú eres precioso, Yoonoh-yah. —Irrespetándole por sus diferencias de edad, besó sus labios sin esperar aprobación, permitiéndose volverse un nudo de sentimientos encontrados que sólo el mayor era capaz de provocarle.
Fue arrinconada a contraluz, estrechando sus cuerpos necesitados cerca de la ventana, besándose como si no lo hubiesen hecho horas atrás en uno de los establos de la familia Lee antes de la rutina de equitación de Miranda. Jung Yoonoh, quien era el primer amante secreto de ella—o eso quería hacerse creer—, era el único que entendía sus arranques de rebeldía, logrando que la chica se escabuyese cada noche a la habitación que el chico ocupaba como huésped en su casa para compartir besos húmedos que terminaban en caricias más profundas.
Las manos del mayor eran inquietas, rozando toda la extensión de la espalda desnuda de la chica, quien se derretía bajo sus roces egoístas, arrancándole gemidos que morían en la boca del chico al ser capturados en un beso más húmedo y profundo. Podía morir en ese mismo momento, ruborizada, necesitando del agarre de ese hombre, gimoteando por una mísera caricia; pero moriría placenteramente, porque nunca nadie le había hecho sentir tan perdida como lo hacía Yoonoh. Errática, toda ella se encontraba sin un rumbo.
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𝐑𝐢𝐜𝐡 𝐆𝐢𝐫𝐥𝐬 𝐃𝐨𝐧'𝐭 𝐂𝐫𝐲 [NCT REVERSE HAREM]
Fanfic« Oh, pobre niña rica... ¿O debería decir, pobre niña pobre? » El lugar de una mujer de alta sociedad estaba más que claro: tras las espaldas de un hombre. Miranda Lee no fue hecha para ir detrás de nadie, y le demostraría a cualquiera lo contrario...