Capítulo 2: La Casa de Verano

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Alayna

¿Qué hacía tan especial la casa de verano? Su increíble y silenciosa forma de alejarse del bullicio de la ciudad.

Hay unas riquísimas frutas que provienen del huerto de mi madre, donde literalmente ocupa una cuadra completa del terreno del bosque. Todo es fantástico, pero a pesar de la sensación de tranquilidad que otorga la Dehesa, lo mejor es el recuerdo de cómo mi abuelo consiguió aquel frondoso tramo de tierra, y no hay nadie mejor para contar esa historia que mi abuela.

— ¡Alayna de las Nieves! —percibo el grito antes de entrar al terminal de buses y chillo al reconocerlo de inmediato.

—Es la abuela, es la abuela —me emociono moviendo mi cabeza para buscar de donde proviene el sonido — ¿Dónde está?

Estoy exaltada, hace un montón de tiempo que no la siento, ni menos que la escucho. Sería sencillo si ella supiese usar los teléfonos.

— ¡Nieves! ¡Nieves! ¡Aquí estoy, Ali! —pronto siento sus brazos aferrarse a mis hombros, me doy la vuelta y me lanzo a sus abrazo — ¡Oh nena, como te extrañé!

Cierro los ojos buscando el confort de su cálido cariño, intento evitar el llanto, pero me es imposible contenerme: Las lágrimas comienzan a brotar por sí solas.

— ¡Abuela! —chillo con voz débil.

Ella toquetea mi cabello en busca de las trenzas que solía hacerme de pequeña.

—Ya no están, ya soy muy grande para esos peinados —ahora luzco una melena medio ondulada de color castaño oscuro. Reparo en sus manos y las acaricio. Mi abuela tiene la piel más arrugada que antes, lo que me cae en una nostalgia algo diferente. No es tristeza, sino que es algo más como la añoranza. Deseo que ella se quede siempre, pero comprendo que la vida tiene un ciclo.

—Al parecer, ambas hemos cambiado, ¿No? —susurra para calmarme. Me vuelvo a abrazar a ella y caminamos al interior del terminal, donde nos toca esperar unos minutos para abordar el bus.

Ya arriba, siento que depositan un objeto en mis piernas.

—Sé que amas los plátanos, así que te hice un dulce —dice mi abuela, sentándose a mi lado. Sonrío al pensar en el viaje que nos espera.

Advierto el sonido del motor del bus.

Acumulo bastante aire en el pecho y me pongo los audífonos. Me acurruco en el hombro de mi abuela y dejo que la música me distraiga de los nervios que siento.

La Dehesa: un lugar exótico que muy pocos conocen.

—Abuela, cuéntame cómo el abuelo obtuvo el territorio en La Dehesa —ella ríe acomodándose.

—Sabes que tu abuelo era un chiflado, ¿No? —asiento —Aun así, no dejaba de repetir que era un regalo otorgado por el espíritu del bosque.

La dulce voz de mi abuela le daba un tono fantasioso a su historia.

— ¿A qué se refería cuando hablaba del espíritu del bosque?

—Pregúntale a tu padre. Cuando era niño y vivíamos allí en La Dehesa, tu abuelo siempre le contaba historias, hasta que un día, Harold creyó haber visto una criatura gigante y oscura que se escondía entre lo profundo del bosque. Después, como a los diez años, decía que tenía un amigo escondido allí con el que siempre se escabullía —oigo a papá suspirar.

— ¡Mamá! —se queja —Era un niño, estaba embobado por la imaginación de papá.

—Pero no puedes negar que fue una linda infancia —siento la presión de que alguien me mira. Comprendo que es papá, como siempre, culpándose de que mi niñez no fue como la suya o mejor.

La Sinfonía De Dragones © (Libro 1. Alayna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora