Capítulo 1: Melodía

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Alayna

Es como la menta, suave y agradable. La melodía, me refiero. Sus notas parecían haber sido escritas en un cielo distinto al nuestro, pero ahí están ahora, en mi memoria, colmándome de una red de telarañas pacíficas que me acarician un alma invisible, con toqueteos y cosquilleos acordes al sube y baja de esa hermosa música clandestina que recorría las cuerdas de mi violín.

La primera vez había sido en la cama del hospital después del accidente.

Me había levantado en la madrugada y casi como por arte de magia, caminaba flotando hacia lo primero que encontrara parecido a un instrumento. Había despertado a todos los residentes.

Pero no podía controlarlo.

Sentía y siento una necesidad de tocarla a cada momento, pero con el tiempo he aprendido a controlar esa sensación.

Ahora era distinto, aguanto las ganas para levantarme a tocar la melodía con el conjunto de colores de la mañana. Digamos, que sirve como alarma para mis padres, así se levantan a las siete en punto.

—Siempre puntual, Ali —dice mi madre besándome la cabeza.

Me encuentro en el borde de la cama, guardando mi violín. Recuerdo que los días sábados nos toca lectura de Braille a primera hora, así que me pongo unos pantaloncillos de lana, porque a estas alturas de diciembre, hace un frío de muertos. Cuando estoy a punto de ponerme mi sudadera, mamá me detiene.

— ¿Te apetece un paseo? —susurra en mis oídos pasándome unos papeles pequeños, que gracias al tacto, reconozco de inmediato el sello de un bus: son boletos de viaje.

— ¿Dónde vamos?

—A la Dehesa —dice la voz de mi padre, que creo que ha llegado recién a la habitación.

Noto como se me contrae el estómago de la emoción, chillo sonriente y agarro las manos de mamá, para guiarme a abrazarla. Me agrada mi casa, pero más me gusta ir a la casa de verano. Aproximadamente, no viajamos allá hace doce años, desde que papá comenzó a trabajar como profesor en la Universidad de Alcalá, pero en estas fechas que son festivas, le dejan dos semanas de descanso. Eso significa que pasaremos navidad en la casa de verano, escondidos en medio del frondoso bosque que se aleja de la monotonía de la ciudad.

—Tu abuela también vendrá —menciona mamá, haciendo que la emoción creciera.

Desde el accidente, cambiamos la costumbre: Mi abuela es quien nos visita constantemente. No nosotros a ella, lo que me pone triste, porque ansío en algún momento, volver a sentir el sol de Portobelo.

—Partimos mañana en la mañana, así que hoy no haremos clases y en la noche, haremos la maleta, ¿Sí? —pregunta mi madre.

—Puedo hacerlo sola —digo recelosa, pero sonriente —Si quieres después de hacerla, la revisas.

—Eso me gusta —Besa mi cabeza otra vez.

Me acomodo la sudadera y me siento en mi cama, pensando en la melodía resonante desde que aquella cosa nos salvó de lo peor esa noche.

Me percato de la oscuridad a mí alrededor y suspiro agotada. Pocas veces me cansa esta situación, pero ahora estoy tan acostumbrada que lo dejo pasar fácilmente.

Me levanto de nuevo y me calzo mis zapatillas viejas: nada más cómodo como las zapatillas que están a punto de llegar a la basura. Conociendo toda mi casa, llego de inmediato a la puerta y me agarro de la barandilla que uso de guía para moverme hacia el comedor. Enseguida huelo el aroma dulce de los pancakes. Aspiro admirada.

La Sinfonía De Dragones © (Libro 1. Alayna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora