1500 años antes
La diosa Eiocha observaba la formación de nuevos mundos, cuando Cernunnos apareció por la entrada dorada de un gran castillo, que se encontraba fuera de los límites del todos los lugares.
— ¿Qué te dije con respecto a ir al mundo humano? —dijo la diosa.
Cernunnos se quedó paralizado sin haber dado siquiera un paso hacia Eiocha. La sensación que estaba en su corazón lo llevaba a pensar que el verdadero enemigo no era la maldad, sino su madre, que no permitía que nada interfiriera con los humanos.
—Pensé que todos los mundos tenían que ser uno —susurró él.
Decepcionado de ella y de su manera de desinteresarse de un mundo que no fue creado desde su linaje, Cernunnos se acercó al gran ventanal por el que su madre observaba a las diferentes dimensiones que consolidaron el Orbis Alia. Finalmente, todo lo que los humanos no conocían era parte de ese grupo mágico.
—Pero ese no es nuestro mundo —Eiocha era una mujer joven, que no envejecía gracias a su inmortalidad, sin embargo, era la persona más sabia que estaba viva —los humanos no son nuestro problema.
— ¿Por qué no? Tenemos todo para ayudarles. Viven de guerras, hambrunas, hipocresía y dolor.
—Porque no es creación nuestra, Cernunnos.
Él lo sabía, aunque le costase creerlo.
— ¿Qué pasa si llegamos a necesitarlos? —preguntó él con su inocencia juvenil.
— ¿Nosotros? ¿A ellos? —Se quejó la diosa —mira bien, hijo mío. Nuestros mundos son prósperos en la vida. Si algo nos pasara, podríamos enfrentar cualquier cosa.
Cernunnos no podía hacer mucho para contradecir a la madre creadora, pero estaba equivocada. Para él, los humanos eran tan importantes como las demás criaturas, así que no tardó mucho en darse cuenta que su madre temía actuar. No es que no quisiera, si no que le tenía miedo a lo que tuviera que enfrentar.
Con ese extraño pensamiento, Cernunnos se retiró del gran salón para escabullirse en el bosque a los pies del gran castillo. Caminó y caminó hasta el fondo del lugar, tratando de esconderse de la magia de su madre, que desde el ventanal todo lo veía. Bajó grandes valles que atravesaban las nubes y cruzó dimensiones gigantes con el fin de llegar hacia donde nacían los nuevos dragones.
Cuando ya estaba lejos de la vista de Eiocha y en el valle soleado que él mismo creó para ver nacer a sus propias criaturas, reflexionó la finalidad de su existencia. ¿Para qué estaban ahí, viviendo sin problemas, cuando había gente que necesitaba ayuda? ¿Por qué su líder, su diosa creadora, no sentía nada a favor de ellos? ¿Qué mal tienen los humanos que no merecen ser ayudados? Entonces, por su mente pasó la más extraña idea que a un dios se le hubiese podido ocurrir.
Tenía que protegerlos, como fuera posible.
Caminó entre los dragones y tomó una pluma del más fuerte entre ellos. Se sentó en la hierba verde del valle. Usó sus poderes y viajó nuevamente hacia el mundo de los humanos, dándose cuenta de que aún podía haber belleza entre medio de la maldad.
Unos corrían con sus espadas y otros lloraban la muerte de alguien, pero lo que Cernunnos veía como belleza eran las familias que se quedaban en sus hogares antes de morir incendiados o asesinados. Personas que se unían a esperar una salvación.
Eso era lo más bello: la esperanza.
Viendo eso, tomó la pluma entre sus manos y la hizo levitar con su magia, cerró los ojos y creó.
Su mente recorrió cada segundo de vida de ellos y los moldeó. Visualizó y la magia surgió efecto. Nadie a su alrededor se percataba del glorioso aura dorado que surgía de las manos de Cernunnos. Los hizo a la imagen de los humanos, seres con pensamientos de dragones. Híbridos.
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La Sinfonía De Dragones © (Libro 1. Alayna)
FantasyUna melodia se instala en la mente de una Alayna de siete años, cuando en un accidente, queda ciega. Desde ese momento, todo lo que le queda es el sonido. Sus oídos se transforman en sus nuevos ojos y sus dedos en su portavoz más agradable. El 15 de...