Capítulo 36

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Me dirigí al piso de abajo sin saber muy bien que acababa de pasar. ¿Era la única que notaba la atracción entre nosotros? Él parecía estar decidido a ignorarla. Sin embargo, cuando me miraba, me dejaba sin aire en los pulmones, ansiosa por volver a degustar el sabor de su boca. Eran señales confusas. Una de cal y otra de arena.

Entré en la que había sido mi habitación y me sorprendió comprobar que todo seguía tal y como lo había dejado al marcharme.

Cogí ropa limpia, me encerré en el baño y me metí en la ducha. La fragancia que solía captar en el pelo de Ben me envolvió al abrir el bote de champú. 

Una vez duchada y vestida, me dirigí de vuelta a la habitación y cogí el secador. Cuando me disponía a guardar el aparato en el armario, vi que había una cajita en su interior. Estaba envuelta en papel dorado y con un lazo rojo. Una etiqueta con mi nombre colgaba de uno de sus extremos.

—Veo que has encontrado tu regalo de Navidad— dijo una voz profunda a mis espaldas.

Me volteé hecha un manojo de nervios. Recordé que en uno de los mensajes que había recibido mientras estaba en casa de mis padres, me había confesado que tenía un regalo para mí.

Percibí que respiraba con lentitud, estudiando mi reacción, completamente serio. Se rascó el puente de la nariz y pareció dudar antes de acercarse a mí. Se detuvo con los brazos colgando en ambos lados de su cuerpo, levemente inclinado, sonriendo con dulzura.

—Ábrelo, anda.

Correspondí sus palabras con una sonrisa tímida antes de volver a mirar la cajita entre mis manos. Mis dedos nerviosos deshicieron el lazo rojo y quité el envoltorio dorado con cuidado. En su interior, la caja era azul. Tracé el símbolo de la marca con la yema de los dedos, leyendo Swaroski en ella. El corazón me latía frenético en el pecho cuando mis ojos, por fin, vislumbraron lo que había en su interior. Era un colgante. Su cadena era fina y dorada. Una figura en forma de medialuna colgaba de ella. 

Ben me quitó la caja de las manos y me rodeó, quedando yo de espaldas a él. Me apartó el pelo a un lado y poco después sentí el contacto frío de la cadena contra mi garganta. A continuación, me empujó sutilmente hacia el espejo de la pared y nos vi en el reflejo. Acaricié la media luna con sumo cuidado mientras intentaba respirar con normalidad.

—Es precioso— logré articular, con la voz colmada por los sentimientos que se debatían en mi interior.

—Cuando lo vi en el escaparate, supe que te quedaría perfecto —me susurró al oído.

Sus manos seguían en mis hombros, nuestras miradas conectadas a través del espejo.

—Una medialuna— dije, recordando la primera conversación que habíamos mantenido a través de Instagram. Le había confesado que me interesaba la astrología y él me acababa de regalar la Luna en forma de colgante—. Gracias.

Sus manos dejaron mis hombros y sentí un repentino frío. Su mirada era cálida, pero no tanto como hacía semanas. Había comprado el colgante antes de que yo me marchara, antes de que la situación fuera completamente diferente al ahora. No nos encontrábamos en el mismo punto.

—No hay de que— dijo tras carraspear—. Vamos, voy a llevarte a casa.

Recogí mis cosas, bajamos al piso de abajo y entramos en el garaje. Ben abrió su Land Rover plateado y me abrió la puerta para que entrara en su interior. Por el rabillo del ojo, vi como buscaba algo en el asiento trasero. Sacó unas gafas de sol y una gorra.

—Será mejor que te pongas esto. Por si acaso.

El ambiente se había enrarecido desde que me había dado el colgante.

Efecto Hardwicke [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora