Capítulo 6

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Me despertó un zarandeo leve y me encontré con los ojos azules de Carla a pocos centímetros de mi cara.

—¿Qué hora es? — pregunté, incorporándome y apoyando los pies en el suelo.

—Las siete de la tarde.

Bostecé. Según mis cálculos, me había echado una siesta de más de tres horas. Increíble. Aunque teniendo en cuenta que la noche anterior no había logrado descansar, no era de extrañar.

—Me apetece cenar pizza. Quiero una de cuatro quesos, gigante y con doble de queso.

—Tienes visita — me interrumpió, cruzándose de brazos.

—No me habréis vendido a la prensa por una indecente cantidad de dinero, ¿verdad? Porqué si es así, exijo el setenta por ciento como mínimo.

Logré que sonriera un poco y se sentó a mi lado.

—Sabes que no te venderíamos por nada del mundo— dijo antes de colocar una de sus manos en mi hombro—. No hay manera de decir esto con tacto, así que seré directa—. Tragué saliva con nerviosismo—. Hardwicke está sentado en nuestro sofá. Si me lo pides, voy a ir a por mi raqueta y lo voy a echar a golpes.

—¿Estás de coña?

—Nunca bromearía con algo así.

Me estremecí y me até el pelo en una coleta. Tenía las palmas de las manos sudadas. Me erguí delante del espejo, estirando los brazos hacia arriba mientras lo hacía. Sentí crujir todos los huesos de mi espalda. Los nervios comenzaron a subir por mi pecho y se atascaron en mi garganta. 

Al irrumpir en la sala de estar, la imponente figura de Ben se mostró ante mí. Se acababa de levantar del sofá y me dirigía una mirada curiosa. Sentí sus ojos fijos en los míos, la ira adueñándose de mí. Suspiré y aparté la mirada.

Mia también había venido. Yacía junto a su hermano con una expresión preocupada en el rostro. Él, sin embargo, parecía estar muy tranquilo. El electrizante verde de sus ojos seguía siendo tal y como lo recordaba, al igual que la irresistible sonrisa en sus labios. Era injustamente guapo.

—Hola— dijo con su particular voz ronca, alzando la mano a modo de saludo.

Comencé a caminar en su dirección sin musitar palabra. Me sorprendió ver que él también venía a mi encuentro, pero eso no apaciguó mi enojo. En el momento en que lo tuve lo suficientemente cerca, tomé aire y su perfume invadió mis sentidos. Sus pupilas se encontraron con los mías y observé cómo se rascaba el puente de la nariz con el dedo índice.

— Supongo que te debo otra disculpa.

Tras esa conjetura, la ira acabó por apoderarse de todas mis terminaciones nerviosas. Lo agarré por el cuello del jersey e hice que se inclinara en mi dirección, pillándolo totalmente por sorpresa.

—¿Otra disculpa?

Ben me miró con curiosidad y espasmo, su aliento entremezclándose con el mío. La diversión tiñó sus pupilas a los pocos segundos.

—Creía que en España os saludabais con dos besos.

Mia se levantó y se posicionó junto a su hermano. Tiró de él con brusquedad e hizo que lo soltara.

—¿Qué diablos te pasa? — exclamó, desafiante—. Te demandaremos como le pongas una mano encima

—Yo podría demandaros a vosotros.

—Nadie va a demandar a nadie— sentenció el cantante, posicionándose entre las dos.

Marina se colocó a mi lado, haciendo que me sintiera menos sola en esa situación de locos. Era consciente de que estaba a punto de perder los papeles.

Efecto Hardwicke [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora