23. Gemas Extrañas Pero Bellas...

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Él es un buen hombre, y si no lo es, sabe muy bien cómo hacer que una mujer pase un buen rato sin que tengan que acostarse juntos. Al terminar de comernos toda la comida, el guardo los platos en el carrito, creí que se iría desde que terminara de almorzar pero se quedó aquí, se sentó en el suelo y me observaba mientras me untaba el ungüento en el estómago y en el tobillo. Se acercó a mí para ayudarme a ponerme las gasas.

- ¿Todo esto te lo hizo la fulana? - Dijo refiriéndose a mi vecina.

- Si, yo soy la herida y la que va a salir en libertad es ella y no yo. - Dije tratando de bromear, no creo que mi sonrisa lo hay engañado mucho ya que se quedó con la cara seria.

- Deberías tener esperanzas. - Me reprochó.

- Todo está a su favor Taylor. - Tengo que ser realista.

- No sabes lo que te depara el futuro. - Susurró.

- Sonaste igual que un amigo mío. - Mi Bruno falso me dijo eso mismo en mis sueños.

- Ese amigo tuyo tiene mucha razón.

Terminó de colocarme las gasas y volvió a sentarse en el piso, descostándose de la pared. Decidió romper el silencio contando varios chistes, unos eran buenos pero otros eran tan malos que tenía que reírme de lo malos que eran, así Taylor me mantuvo ocupada por un buen rato, unos de los chistes que me contó fueron:

-Oye, dile a tu hermana que no está gorda, que sólo es talla "L" fante... Ese de verdad me causo gracia.

- Papá, papá, ¿vos te casaste por la iglesia o por el civil? - ¡Por estúpido!

Entra una señora en la carnicería y dice: - Deme esa cabeza de cerdo de allí. Y contesta el carnicero: - Perdone señora, pero eso es un espejo.

Debo admitir que es bueno para matar el tiempo, no sé si Bruno o Brandon le pagaron para que me entretuviera o lo está haciendo por ocio, pero por lo que sea que lo esté haciendo se lo agradezco, tener a alguien con quien hablar y poder reír, hace que las horas pasen más rápido, hasta logra que me olvide en el lugar en donde estoy mientras escucho su hermosa risa.

- Veo que te diviertes mucho conmigo. - Dijo repentinamente.

- Es que eres muy divertido. - Le confesé mientras me limpiaba una lágrima del ojo izquierdo, producto de tanto reírme.

Se levantó del suelo y limpio el polvo de sus pantalones con un par de palmadas.

- Lastima que tengo que irme. - Miró su reloj. - Ya son las cuatro y cinco de la tarde, se suponía que debía estar haciendo otras cosas desde hace rato. - Inquirió como si nada y con su sonrisa...

- ¿Tan tarde es? - Pasaron cuatro horas y no me di cuenta.

- No te preocupes muñeca, estaré aquí en la noche para traerte la cena. - Me guiñó un ojo. - Y por si te da hambre antes de tiempo, toma. - Me tendió una barra de chocolate, cuanto necesitaba algo dulce en estos momentos. - Come esto, a ver si se te quita la desesperanza de una vez por todas.

- ¿Puedo hacerte una pregunta antes de que te vayas? - No Quería quedarme sola nuevamente, pero he de hacerlo.

- De hecho, ya me la hiciste pero acepto que me hagas dos. - Dijo con picardía.

- ¿Por qué haces esto? Me refiero a tratarme de esta manera. - solté de sopetón.

- Tu situación me molesta. Odio ver a personas inocentes pagando condenas ajenas. - Dijo con algo de rabia en su voz.

- Creí que lo hacías por orden de mi abogado o de mi novio. - Quise explicarle mi punto de vista.

- Traerte la comida, y todo lo que necesites para que estés cómoda en este lugar, eso sí me lo pidieron pero lo demás no. - No supe descifrar el tono de voz.

Amor escondidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora