~Capítulo 6~

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~LAIA~

Puedes estar hablando de un mismo tema más de tres horas, si el tema te aburre se te harán eternas, no entenderás nada, por mucho tiempo que pases tratando de entender, no lo harás. Sin embargo si el tema te gusta, esas horas se volverán minutos.

Justo eso me pasa cuando hablo con Emma, juro que puedo estar la noche entera, no me voy a aburrir de oírla hablar. Cada conversación es más interesante que la anterior y eso es algo que adoro de ella.

Estamos ambas en una de las mesas con sombrillas del patio trasero, salimos porque en el salón con las risas que tenemos despertaríamos a Rick y a Annie, y ya mucho trabajo había costado dormir a esta última.

Emma estaba sentada sobre la mesa, recostada al palo de la sombrilla y yo tenía mis pies sobre sus muslos. No podemos parar de reír cuando ella termina con una de las historias locas que ha vivido con mi padre.

—Y lo peor fue que me di cuenta de que no tenía sujetador cuando estaba pasando la tarjeta y la señora de la caja no dejaba de verme a las tetas. —escupió entre risas.

Las buenas risas son como las drogas, una vez que empiezas ya no puedes parar, aunque te digan un pujo.

—Ayy —me estoy riendo tanto que mi abdomen comienza a doler— Necesito un poco de agua —anuncié poniéndome de pie—, ¿quieres un poco?

Negó con la cabeza. —Lo que quiero es otro cigarrillo, ¿me traes la caja? La dejé en el salón.

Al entrar noto que la casa está como súper, en serio súper oscura.

La diferencia de luz de la cocina molesta en mi cara, mis ojos ya se habían adaptado a la oscuridad del patio.

Abro el refri y lo primero que veo es un cartón de leche. Me sirvo un vaso grande y me preparo para volver. Solo faltan los cigarros de Emma.

Todo está demasiado oscuro aquí. Con la mano que tengo libre comienzo a toquetear el
sofá en busca de la cajetilla.

Te recuerdo que existen los interruptores, que son aparatitos con los que solo presionando una tecla puedes encender bombillos y esas cosas.

A ver, obvio sé. Solo que no lo había pensando antes.

Cambio de dirección hacia el interruptor cuando siento forcejeo en la puerta de la entrada que está solo a metro y medio de mi objetivo.

Enciendo la luz y miro fijamente cómo gira el pomo de la puerta, parece estar en cámara lenta.

Cuando se abrió apareció frente a mí un hombre solo un poco más alto que yo, llevaba una sudadera con capucha y bajo esta una gorra.

Al verme se quedó petrificado, en serio, y lo peor es que yo también, no puedo moverme.

Sus oscuros ojos me detallan, me examinan y yo estoy congelada. De repente y tomándome por sorpresa, se llevó el dedo índice a los labios.

—Shhh. No hagas ninguna estupidez —dijo.

Tras escuchar eso mi mano izquierda se descongeló, dejando caer el vaso de leche al suelo. El ruido del cristal contra el piso, rompiéndose en pedazos diminutos me sacó de la parálisis en la que estaba y no se me ocurrió más nada que gritar.

Sí, gritaré tan alto que todos vendrán a ayudarme.

No sé cómo lo notó, pero antes de que pudiera abrir la boca, el extraño se colocó detrás de mí y la tapó con la palma de su mano derecha, con la otra inmovilizó mis brazos.

Sé que es el momento menos indicado para esto pero debo decir que sus manos huele muy bien.

—Ibas a hacer una estupidez —susurró—. No puedes gritar, es tan difícil de entender.

Pero Me Gusta [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora