~Capítulo 38~

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IAN

—3 días después—

Laia no aparece. Nadie sabe dónde está.

La hemos buscado por cada rincón de la ciudad, preguntado a cada persona, sin conseguir respuestas.

Desde ese día, mis ganas de golpear cosas no se calman, vivo con una sensación contante de ansiedad. Llevo ya cuarenta y ocho horas que no duermo nada bien. Con esto quiero decir que mi nivel de alteración es otro.

Otro muy diferente en serio.

De alguna forma me culpo por lo que está pasando, porque pude haberlo evitado. Pude haber dicho: A la mierda el maldito respeto a su espacio. Pero no lo hice, y aquí estamos.

—¡Tenía solo diez años! —explicó la doctora, un poco exaltada—. A lo que quiero llegar es... —hizo una pausa en la que volvió a tomar asiento en la gran mesa—. Sucesos como esos tienden a traumar aunque no lo parezca. Hemos planteado muchas ideas, pero todos coincidimos en algo: Su cabeza no está funcionando del todo bien.

Algunas cosas cambiaron...

La desaparición de Laia nos volvió locos a todos. Su madre, sus padres y yo, ahora somos una especie de equipo.

Además, los doctores se habían reunido hace poco para hablar de la condición de Laia después de su último ataque de ansiedad y al enterarse de lo ocurrido vinieron a la estación. Llevan un rato aquí, haciendo suposiciones.

Empeorándolo todo.

El silencio fue incómodo por un instante.

Todos desviaron la vista a Airis, la mamá de Laia, que tenía la cabeza baja apoyada en la mesa, llevaba así un buen tiempo.

Era obvio que estaba llorando. Yo lloraría de igual forma si pudiera. Creo que sería mas fácil de ser así. ¿Poder desestresarme llorando? Sería una bendición.

Los doctores volvieron a mirarse entre ellos. Llevaban más de tres horas hablando de síndromes y otras cosas que no, yo no entendía. Mi resumen: Perdiendo el tiempo.

—Mi hija no está loca. —la voz de Rick, que hasta ese momento no se había sentido, se oyó por toda la sala.

—Nadie ha dicho eso.

No. De forma directa no.

—No está loca, pero —Tragó saliva—, después de aquel suceso... —Su voz estaba ronca y necesitaba aclararse la garganta constantemente.

—Después del suceso —continuó Rick—... ella comenzó a hacer cosas raras...

—¿Qué tipo de cosas raras?

Cállese señora.

—Cosas... raras... —Hizo otra pausa larga en la que se levantó de su silla y caminó hasta estar de espalda a todos. Como si nadie supiera las ganas de llorar que aguantaba desde un principio—.. Tenía un amigo imaginario. Lo llamaba Baster.

¿Baster?

—La mayoría de los niños tienen uno, es completamente normal. —indicó la doctora.

Pero Me Gusta [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora