Capitulo 27

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Michael no le soltó la mano hasta llegar al coche, y Helena no supo si la sensación de esos dedos le resultaba agradable o terrorífica.

¿Qué acababa de hacer?

La idea había sido seguir casada el tiempo suficiente para evitar un escandalo y luego largarse, preferiblemente antes de que su esposo descubriera su pasado y diera al traste con su amistad.

Y, sin embargo, acababa de prometerle que se quedaría con él. Que intentaría enamorarse, como si las personas pudieran decidir sobre algo así, y tener una vida, una familia con él. Todo aquello que había estado evitando durante años.

Michael murmuro algo al oído del chofer y Helena echo la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

¿Por qué lo había hecho?

Supuso que, en parte, por un sentimiento de culpabilidad. Su marido le había hablado con tal franqueza de lo que esperaba de su matrimonio que no se había sentido capaz de negárselo. Incapaz de negarle un lugar en la familia, un lugar al que pertenecer. Lo que más deseaba.

Michael jamás descubriría la existencia de esa hija que había tenido que abandonar. Jamás lo entendería. Y, si quería una familia, ya había hablado de la posibilidad de la subrogación, incluso la adopción, aunque no parecía muy contento. Con suerte no le haría falta explicar que la idea de albergar otra criatura en su seno le hacía sentirse físicamente enferma.

Quizás nunca llegaría a saber lo que había hecho.

O quizás la entendería. No de inmediato, por supuesto. No se hacía ilusiones al respecto.

A lo mejor le bastaba con construir una relación tan solida que resistiera a la verdad cuando al final saliera a la luz. No era una tarea fácil, pero tampoco completamente imposible.

- ¿Estas bien?

Helena abrió los ojos y descubrió a Michael inclinado sobre ella.

-Estoy bien -contesto con una sonrisa forzada-. ¿Adónde vamos?

-Es una sorpresa -Michael sacudió la cabeza-. Espontánea y romántica.

- ¿Planeada por tu secretaria?

-De eso nada -contesto-. Es obra mía. Y creo que te va a encantar.

Helena estaba convencida de que así seria. Al parecer, Michael era capaz de convencerle de lo que quisiera. Y no pudo negar el placer que le producía que hiciera algo que no planeado.

No comprendió hacia donde se dirigían hasta que el coche cruzo el puente para adentrarse mas cercano a la villa. Ya había estado ahí con Karol y había pensado regresar para hacer algunas compras. Pero seguía sin saber que tenía pensado su marido.

A lo mejor iban a un hotel. A lo mejor había decidido celebrar el nuevo acuerdo de matrimonio y no quería hacerlo en la cama que debería haber compartido con su hermana.

Helena miro a Michael. No parecía un hombre a punto de practicar sexo. Y, para ser sincera, tampoco parecía la clase que te llevaba a un hotel sin hablarlo primero.

El coche aparco frente a una plaza y Helena se bajó.

- ¿Me lo vas a contar ya? -pregunto ella, recibiendo una negativa por respuesta.

-Pronto -le prometió el mientras cruzaban la calle hasta una pequeña callejuela. El olor a café impregnaba el aire y casi basto para que Helena olvidara sus preocupaciones.

-Aquí es -anuncio Michael, parándose tan repentinamente que Helena casi choco con él.

- ¿Una joyería? -Helena lo miro perpleja.

-Si. Pensé que a la naturaleza romántica y espontanea de nuestra boda le faltaba un anillo de compromiso. Pensé que podríamos elegirlo juntos -Michael parecía nervioso. Quizás por eso no le gustaba la espontaneidad. Temía al fracaso.

Un anillo de compromiso. Un poco a destiempo, pero aun seria así seria algo suyo. Algo que no habría pertenecido antes a Karol.

-Me parece una idea maravillosa -Helena sonrió y apretó la mano de su marido.

Impulsivamente, se puso de puntillas y lo beso, pero no en la mejilla, como el hermano y amigo que siempre había sido. Lo beso en los labios. Empezaba a aceptar su nuevo papel.

-Vamos dentro.

Dispuesta sobre un mostrador de cristal, rebosaba una colección de anillos de diamantes, de diferentes estilos, formas y diseños, pero todos muy adecuados como anillo de compromiso.

-Descubrí esta tienda dando un paseo el otro día -murmuro el mientras Helena admiraba los destellos de las joyas-. Me acorde mientras comíamos. Me pareció el lugar perfecto.

-Lo es -asintió ella. Sin embargo. ¿Cómo iba a elegir el anillo que simboliza su futura vida en común cuando eran todos tan parecidos? ¿Qué ligera diferencia supondría la felicidad eterna?

Una mujer salió de un despacho y sonrió antes de animar a Helena a probarse algún anillo.

Helena parpadeo ante la mayor colección de diamantes que hubiera visto jamás. Y espero reconocer el anillo correcto cuando se lo probara.

En algún momento de la tercera bandeja, o a lo mejor ya iban treinta y seis, empezó a dudar de su teoría. Michael la había dejado sola con la cada vez más aburrida dependienta.

-Son todos preciosos -se disculpó ella por enésima vez-. Es que busco algo que me haga sentir bien, ¿me comprende?

-Por supuesto -contesto la otra mujer-. Es un anillo que llevara para siempre. Debe ser perfecto.

-Eso es -asintió Helena, aunque los dedos se le agarrotaron al oír <<para siempre>>-. ¿Por qué no me vuelvo a probar este? -era sencillo y elegante, y no sabia porque no le parecía bien.

-Ese no -intervino Michael con el ceño fruncido-. Se parece demasiado a...

-Al de Karol -Helena concluyo la frase, comprendiendo de repente cual era el problema.

-Espera un momento -el se llevo a la dependienta hasta una vitrina de cristal y le pidió que la abriera-. Quiero probar algo.

Helena frunció el ceño, pero espero.

-Cierra los ojos -un sonriente Michael regreso a su lado con el puño cerrado.

- ¿En serio?

-Si.

Parecía tan contento que ella le complació. Un anillo se deslizo en el cuarto dedo.

-Y encaja perfectamente -anuncio el-. Ya puedes abrirlos.

-Esto no es un diamante -Helena contemplo la joya en su dedo.

-Bueno, no, eso es evidente. Si es lo que deseas, tienes mucho de donde elegir, pero pensé...

- ¡No! Quería decir que no es un diamante. No entendía porque ninguno me parecía el adecuado, y ahora lo comprendo. No estaba buscando un diamante -ella sonrió. Estaba clarísimo.

-Menos mal -Michael respiro aliviado-. Al verlo pensé en ti. No sé, quizás porque es azul.

-Un zafiro.

-Lo que sea. El caso es que me recordó a tus ojos. Ya se que no es la tradición, pero tampoco lo es comprar el anillo de pedida después de la boda.

-Es perfecto -Helena giro el dedo para apreciar los destellos-. Me encanta.

-Genial. Entonces devuélvelo.

- ¿Qué? -ella cerro la mano para mantener el anillo en su sitio.

-Todavía no puedes llevarlo -le explico su marido con paciencia-. Tengo que declararme.

-También tiene que pagarlo -la dependienta sonrió con algo menos de paciencia.

-Cierto -Michael se rio-. ¿Podría meterlo en una cajita?

Mientras la mujer preparaba la cuenta, Helena se quito a regañadientes el zafiro y lo dejo en la cajita de terciopelo sobre el mostrador.

Su marido le había elegido el anillo perfecto cuando ella ni siquiera sabia que estaba buscando. ¿De qué otras maravillas sería capaz si tuviera la oportunidad?

PLANES DE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora