Capitulo 5

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Michael sintió la cálida mano de Helena, inesperada en el frío ambiente de la capilla. Cuadrando los hombros,  dieron juntos los dos últimos pasos hasta el altar. Sí algo había aprendido tras crecer como el cuco en el nido de los Pasquarelli,  era a calmar los ánimos.

Era ese mismo talento el que tan bien le había servido en los negocios.  Era él quien intervenía cuando Ezequiel Pasquarelli  ofendia a algún inversor o cliente. Él, quien calmaba a las secretarías cuando se hartaban de la lengua afilada de su padre.

Pero, sobre todo,  conseguía que las cosas sucedieran,  persuadiendo a la gente hasta que creían que la idea de Michael era la suya propia.

Del mismo modo en que había convencido a Karol para que se casara con él.

Pero Helena acababa de convertirse en su plan y tenía que conseguir que todos comprendieran que, si bien la boda había sido inesperada,  era lo que siempre habían querido,  aunque ni ellos mismos lo sabían.

Esperaba haber tenido un buen comienzo con el comentario hecho a Thomas. A fin de cuentas, aunque su suegro fuera el dueño de la mitad de la compañía,  con el tiempo se la acabaría dejando a Helena. Incluso podría llegar a desheredar a Karol. Ruggero había dejado bien claro que no iba a regresar a Sevilla-Pasquarelli.  Michael sería el director general en un año, con Helena de su lado.

Lo cual implicaba que la persona más importante era Helena, no Thomas.

Era otro talento que había desarrollado desde joven: identificar a la persona clave y centrarse en ella. En una discusión familiar, esa persona variaba. Normalmente,  se trataba de Ezequiel por ser la cabeza de la familia,  la máxima autoridad.  A veces era Isabella.  Otras era Ruggero,  pero sólo cuando la unión de los dos hermanos les hacía ganar frente a sus padres.

Lo que nunca sucedía era que esa persona fuera Michael.

Pero él ya no era un error o un accidente.  Era lo que la compañía necesitaba, lo que la familia necesitaba.  Y lo único que necesitaba él era a Helena.

Apretó tranquilizadoramente la mano de Helena mientras el sacerdote les sonreía.  ¿No se había dado cuenta ese hombre de que había algo mal? Sólo había hablado con Michael y con Helena,  no había llegado a conocer a Karol, y por eso se había limitado a asentir cuando el novio le había proporcionado sus nombres para asegurarse de que no se equivocara durante la ceremonia.

Al arrodillarse se oyó un murmullo generalizado y a Helena se le escapó una risita.

-¿Qué pasa? -susurró Michael frunciendo el ceño.

-Creo que están viendo mis zapatos.

Por supuestos. Esos ridículos zapatos rosas.

Michael mantuvo la mirada fija en el suelo ante él.  Lo cierto era que le gustaban esos zapatos.  Le gustaba el color y la energía que desprendían.  Eran los zapatos perfectos para Helena.

Pero no lo eran en absoluto para una novia Sevilla-Pasquarelli.  Y no para un evento como ese.

Sobre todo porque estaban en los pies equivocados.

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