Capitulo 7

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Todos y cada uno de los invitados escuchaban atentamente mientras se preguntaban si la boda se culminaría o si solo se trataba de un truco publicitario.

Era el escándalo del año y ni una sola amor a de Isabella descansaria hasta averiguar lo que había sucedido realmente.

Isabella. Helena miró de reojo a la mujer sentada en la primera fila. La madre de Ruggero y Michael tenía la sonrisa congelada en el rostro mientras sus manos aferraban a un pañuelo sobre el regazo. Helena apostaba a que, si asomaba alguna lágrima a sus ojos, no sería de felicidad.

-Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre -concluyó el sacerdote.

Aquello sonaba muy formal.

No era culpa del sacerdote. Acababa de casar felizmente, y sin pestañear, a la pareja equivocada. Incluso había muchas posibilidades de que aquello ni siquiera fuese legal.

-¿Tenéis los anillos?

Helena abrió los ojos desmesuradamente. ¿Los tenía? ¿Qué había pasado con los anillos?

Pero Michael hundió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una cajita que contenía dos alianzas de platino. Helena las conocía bien, pues había ayudado a elegirlas.

También sabía que el anillo que Michael estaba a punto de ponerle no encajaría en su dedo.

Mientras el sacerdote bendecida los anillos, ella intentó transmitirle esa información a su esposo gesticulando únicamente con los ojos y las cejas con el fin de no alertar a los invitados.

Michael arrugó confuso la frente y ella se resignó a perder la capa superficial de piel.

-Helena, acepta este anillo, símbolo de mi amor y fidelidad a ti - el novio le tomó solemnemente la mano izquierda-. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

El anillo se deslizó suavemente hasta el mundillo, donde quedó atascado. Ella sacudió la cabeza, esperaba que, imperceptiblemente.

El comprendió y empezó a girar la alianza hacia la base del dedo, aunque en éxito. Con una radiante sonrisa, Helena retiró la mano y la ocultó entre los pliegues del vestido. Ya conseguiría ponersela más tarde, o eso esperaba.

El anillo de Michael, por supuesto, se deslizó sin mayor problema hasta su ubicación definitiva.

Y, de repente, el sacerdote les declaró marido y mujer y todo terminó. Helena parpadeó ante los invitados que aplaudían y agradeció en silencio que la frase 《Puede besar a la novia》, perteneciera más a las películas que a la vida real.

Pero estaba casada y, tarde o temprano, iba a tener que besar a su esposo.

Sin dudar votó por 《tarde》, cuando la emoción no girara como un tornado en su interior. Cuando pudiera sentarse tranquilamente un momento y buscar una solución.

Del brazo de Michael, desanduvo sus pasos por el pasillo que había recorrido como Helena Sevilla.

Convertida ya en Helena Pasquarelli.

-Ya está casi -murmuró él mientras se aproximaban a la entrada de la capilla.

Pero no era cierto, ni de lejos.

El sol de la toscana la cegó y le quemó la piel. Sólo tenía unos segundos antes de que los invitados les siguieran y Helena aprovechó para intentar meterse el anillo de Karol.

Al fin la alianza superó el nudillo. Un problema solucionado. A saber cuántos quedaban aún.

Los invitados se acercaron y Helena puso su mejor sonrisa. Lástima que la primera persona en salir de la capilla fuera Ezequiel.

-¿Exactamente qué...? -empezó el hombre antes de ser interrumpido por su mujer.

-Aquí no -aconsejó Isabella con voz queda, aunque firme-. Tenemos la sección de fotos.

-Olvida las fotos -rugió Ezequiel-. ¿Para qué necesitamos fotos?

-Para la prensa, por ejemplo -contestó Isabella-. Se trata de la boda del año, independientemente de quien se haya casado -susurró.

Fotos. La sonrisa de Helena se borró al pensar en las fotos, hasta que su suegra la fulmino con la mirada y la obligó a ponerla de nuevo en su sitio. Y allí permanecería durante al menos una hora, mientras la famosa fotógrafa que Isabella había hecho llegar desde los Estados Unidos de América disparaba su cámara una y otra vez ante una pareja de aspecto feliz y conmovido.

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