Capitulo 38

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Helena no quería ir a su casa, en parte porque no estaba segura de cual era su casa. Pero a media mañana del día siguiente, Isabella regreso con aspecto descansado.

-Helena, querida, vete a casa y dúchate. Michael debe estar esperándote.

-Estoy bien aquí, en serio -contesto ella-. Además, mis cosas siguen en casa de papá -podía regresar allí para ducharse y cambiarse de ropa. Ya no tendría que encontrarse con Isabella.

-No, ya no -contesto Isabella con brusquedad-. Hice que llevaran todas tus cosas a vuestra casa en cuanto regrese de Italia. Tu ropa, tus libros, cosas personales... todo esta en tu nueva casa.

Junto con un marido que no soportaba mirarla a la cara. Genial.

-Quiero esperar hasta que papa despierte.

- ¿No debería haberse despertado ya? -la expresión de Isabella se volvió preocupada-. Los médicos no parecen preocupados. No sé si la atención será muy buena. ¿Y tú?

-Están cuidándole bien -Helena intento olvidar que hablaba con la amante casada de su padre-. Recibe los mejores cuidados. Dicen que hasta esta noche no debería despertar, de modo que...

-De modo que tienes tiempo de sobra para irte a tu casa, ducharte y ver a tu marido.

Helena comprendió, demasiado tarde, que su suegra le había ganado la batalla.

Durante el trayecto en taxi, ensayo varias frases para decirle a Michael. Sin embargo, fueron innecesarias, pues no estaba allí cuando llego.

Recorrió las habitaciones repletas de cajas sin abrir, de objetos nada familiares y pensó en cómo podría haber sido su futuro. En lo que supuso era el despacho, encontró dos vasos vacíos y una botella de whisky. La única evidencia de que Michael había estado allí en algún momento.

Agotada, se dejo caer en el sillón y se preguntó si él se habría sentado allí la noche anterior. Se pregunto si volvería a dirigirle la palabra, si le permitiría explicarse. Si sirviese de algo.

Frunció el ceño y escudriño la chimenea que tenia ante de ella. ¿Qué era eso? Saco unos papeles y, de inmediato, deseo no haberlo hecho.

Mientras ojeaba las paginas de lo que debería haber sido el acuerdo postnupcial, el plan de Michael para su futuro, las lágrimas, ardientes y gruesas, al fin encontraron el camino de la salida. Y con la visión emborronada, reescribió el acuerdo en su mente. Tal y como debería haber sido.

Un futuro que había deseado vivir. No uno basado en lo que cada uno pudiese obtener, o en unos plazos que había que cumplir. Un futuro surgido de amor entre dos personas.

No quería que un trozo de papel le dirigiera la vida punto por punto. Y, si Michael creía que era eso lo que necesitaba, se equivocaba. Había dedicado toda su vida a poner orden en una existencia originada en el caos, sabiéndose no deseado, viviendo bajo la incertidumbre y la manipulación. Pero no iba a poder seguir así para siempre. La vida no funcionaba así.

La vida te asaltaba cuando menos lo esperabas, y lo único que podía hacer era sujetarte fuerte.

Secándose las lagrimas con el dorso de la mano, Helena saco un bolígrafo del bolso. Decidida, y con gruesos trazos negros, tacho el aburrido titulo del documento y lo sustituyo por uno suyo.

Manifiesto para un matrimonio más espontaneo.

Sonrió, con la mente repentinamente repleta de ideas y posibilidades en un mundo de romances impulsivos. De increíble felicidad.

Y, empezando por el revés de la primera página, plasmo por escrito cada esperanza y sueño que tenía para su futuro.

Aunque tuviera que aceptar que Michael jamás formaría parte de él.

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