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Cuando la luz se cortó, todos los altos mandos se encontraban reunidos en una de las salas del primer sótano. Al principio no comprendían qué pasaba, pero ni bien se encendió el generador para emergencias, pintando el escenario de rojo, supieron que algo iba mal. Finalmente, cuando oyeron los sonidos de balas, confirmaron que estaban siendo atacados.

—¿X? —preguntó N esperando órdenes.

—Todos tomen un arma y salgan siguiendo el protocolo 325 —contestó luego de unos segundos de reflexión—. Avisen a sus unidades, excepto tú, Agust —añadió observándolo fijamente—. Nosotros debemos volver a mi oficina para activar el sistema de protección de información. Ahí dejé mi portátil.

Cada uno de ellos se dispuso a cumplir con su deber. El señor Mendoza bajó hacia el piso inferior para encontrarse con el grupo que dirigía —todos eran Alfas y Betas que manejaban armas como si hubieran nacido para eso—. Por otro lado, el señor Lecca ya estaba más que listo. Él dirigía cuatro escuadrones que luchaban en sus formas animales; ellos seguían tácticas de manera más sencilla gracias a sus instintos.

N era quien tenía grandes problemas. Dirigía a los que atacaban desde vehículos, los cuales se encontraban ocultos en los pisos superiores del edificio y en un almacén a varias cuadras de distancia. Su única oportunidad para maniobrar era llegar a los helicópteros y esperar refuerzos.

—No te distraigas —le recordó X a su sobrino mientras bajaban rápidamente hacia su oficina—. Si no me equivoco, nos encontraremos con los infiltrados en...

¡¡¡Boom!!!

...

Después de unos minutos violentos, el equipo de Kitty había ingresado por completo a la PS. La mitad subió hacia el helipuerto y la otra bajó hacia los siete pisos subterráneos.

—¡Jefa! —gritó un Beta.

Kitty supo que su momento había llegado. Se quitó el suéter de una vez y corrió hacia el interior del edificio. Luego miró a ambos lados, contando a cuántos estúpidos tendría que derribar. Uno, cuatro, doce... Eran quince Alfas que recién salían de sus escondites.

Creyeron que escondiéndose durante el primer ataque tendrían oportunidad de dar un golpe por detrás. ¡Pobrecitos! ¡Qué equivocados estaban!

La pequeña Omega se transformó en una feroz gata montés, saltando sin titubear hacia los ojos de sus enemigos. Así, con zarpazos, lograba inmovilizarlos hasta que muriesen desangrados. Luego, volviendo a ser humana, activaba su arma y disparaba a los que se encontraban a mayor distancia.

Se sentía tan bien tener el control de la vida de otros. Amaba tener poder, verlos sufrir, verlos caer. Amaba tenerlos a sus pies, bañados en sangre, viendo sus vidas pasar por sus ojos. Esa era su venganza y la deuda que estaba obligada a cobrar.

—¡Vamos! ¡¿Eso es todo lo que tienen!? —exclamó con una bella y enferma sonrisa en su rostro.

...

Afrodita había logrado escabullirse entre los pasillos de la PS. Debía tener cuidado, en especial porque no estaba siguiendo el plan. Había decidido que se divertiría un poco antes de transformarse y huir en su forma animal por la ventilación. Quería que cierto Beta tuviese una dosis de su misma medicina.

—¿Dónde estás, Hope? —se preguntó en voz baja. Sin embargo, un aliento cálido sobre su cuello le dio la respuesta.

—Lo sabía —le dijo mientras colocaba una pistola en la sien de la coneja—. Y  se burlaron de mí, pero ahora ¿quiénes son los payasos? —Sonrió.

—Tú lo sigues siendo —gruñó la Omega, liberando su aroma a albahaca y aceite de oliva involuntariamente.

—Eres muy valiente. —Le martilleaba la sien con el arma. —Podría matarte en cualquier momento, ¿sabes?

—¿Y a mí qué? —se burló, aunque sí estaba nerviosa— Cuando menos te lo esperes, alguien de mi equipo llegará y bon voyage.

—Estamos muy abajo, Afrodita... Muy abajo.

Sí, era verdad. La distancia que los separaba de las tropas de Kitty era de tres pisos y se debía pasar por los escuadrones de la Política Secreta que se habían transformado. Además, estaban en el mismo piso que la oficina de X. Si llegaba junto con Agust, la situación se complicaría aún más. No quedaba otra opción. Hope debía llevarla a una de las oficinas más alejadas si quería hablar con ella sobre la verdad detrás de todo.

...

—¡¡¡Agust, a la derecha!!! —gritó X mientras disparaba a unos osos del equipo Kitty.

El pelinegro obedeció y cambió de posición para atacar por ese lado. Estaba nervioso, sin duda, pero debía llegar a la oficina de X para cumplir con su parte de la misión. Debía transferir la información a una cuenta diferente y borrar todas las grabaciones y documentos relacionados con su amada. Luego, tendría que finalizar todo ese espectáculo con un golpe final: matar a X.

—¡Llegamos! —gritó ni bien pudieron ingresar.

Su superior cerró apresuradamente la puerta sin percatarse de que no puso el seguro. No obstante, eso era lo de menos. ¡Estaban en una emergencia!

—¡Envía todo a la cuenta de emergencia! —ordenó X mientras abría una caja fuerte que contenía documentos de alta seguridad.

Sin embargo, su querido sobrino, su agente favorito, su sucesor, no obedeció, sino que cumplió con los propósitos de su destinada. Esa Omega tan bella, tan perfecta e imperfecta a la vez, era la verdadera titiritera detrás de todo ese teatrito. Lamentablemente, pronto X acabaría dándose cuenta.

—Vaya, vaya... —dijo una voz aguda y empalagosa— ¡Miren a quién me encontré!

Kitty García, la mayor amenaza de toda la Policía Secreta, había hecho acto de presencia. Tenía su cabello recién teñido algo despeinado y varios rasguños en su rostro, pero lucía tan imponente como siempre. Su mirada retaba y su aroma era tan potente que intimidaría a cualquiera. Era tan intenso y oscuro, como una pesadilla que crecía, que se expandía. Era veneno puro.

—¡Agust, apúntale! —ordenó X con frialdad.

—¿Agust? —preguntó la Omega con su dulce voz.

El Alfa alzó su arma dirigiéndola hacia Kitty, acercándose más y más. Caminó hasta llegar a su lado sin bajarla en ningún momento. Entonces, ni bien la pistola chocó contra la frente de la rubia, sonrió y cambió de objetivo. Apuntó hacia X sin dudar ni un poco, rodeando la cintura de Kitty con su otro brazo.

—Ups... —soltó la Omega mientras una mueca enfermiza se formaba en su rostro— Parece que ya gané.

• CAZANDO A KITTY GARCÍA • Historia OriginalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora