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—¡¡¡Contésteme de una puta vez!!! —exigió mientras arrancaba algunas uñas de un estúpido que osó traicionarla— ¿Dónde está el paquete 328? ¡Hable!
—¡Nunca se lo diré! —contestó el Alfa, aguantando el ardor en su carne expuesta— ¡No tengo por qué rendirle cuentas a una rídicula Omega!
Oh, no. No tenía idea de a quién estaba provocando. Bueno, sí lo sabía, había oído los rumores y le habían advertido numerosas veces. Sin embargo, no terminaba de aceptar que una delgada pero curvilínea pelirrosa fuese capaz de torturarlo hasta obtener lo que quisiese.
—¿Ridícula? —Rio con su aguda pero dulce voz. —Oh, no, señor. El ridículo aquí es usted —le dijo con una sonrisa—. ¿Tiene idea de con quién se está metiendo? ¿Tiene idea de lo importante que era ese paquete? ¡¿¡¿Tan siquiera tiene idea de lo mucho que lamentará haber robado mercancía de Kitty García?!?!
—Cállate, Omega —le ordenó con su voz de mando.
Por un momento, creyó que al fin se había librado de esa demonio. Creyó que su autoridad había causado silencio. No obstante, tan solo fue efímero, pues Kitty estalló en carcajadas un par de segundos después.
—Ay, señor González... A mí las voces de mando no me afectan.
Su sangre se paralizó. ¿En serio era posible que una Omega pudiese ignorar a un Alfa? Al parecer, sí; sin embargo, se le hacía tan extraño y aterrador. Nunca imaginó que sería humillado de tal manera, ni que su superioridad sería pisoteada tan fácilmente.
—¡Eres un monstruo! —le gritó.
—¿Yo? —preguntó Kitty, señalándose mientras parpadeaba con ternura— No, señor. Aquí, el monstruo es usted —le dijo mientras se acercaba con llamas en los ojos. —Se suponía que haría el inventario de los productos que importo desde Perú. —Buscó en su cinturón y sacó un cuchillo de hoja fina. —Además, teníamos un acuerdo muy claro: yo le pagaría y lo protegería mientras me cumpliera. Sin embargo, —Acarició su arma lentamente. Luego, con un limpio movimiento, le clavó el cuchillo en el brazo. —al parecer, nuestro trato le resbala.
Un grito de dolor se expandió por toda la habitación, seguido por un sonoro llanto. El Alfa estaba llorando, mientras que su zorro se retorcía en su interior por el gran golpe en su ego.
—Ahora, ¡¡¡dígame dónde está!!!
Y uno, dos, cinco, siete cortes lo desangraban más y más. Kitty no dejaba de despedazar su brazo. Sin embargo, él no diría nada, no perdería el poco orgullo que le quedaba.
—¡¡¡Gucci!!! —gritó la pelirrosa al darse cuenta de que su víctima no hablaría.
—No tienes que gritar —contestó una voz grave desde una esquina oscura—, estoy aquí.
—Bien. —Bufó. —¿Tienes el suero de la verdad?
—Sí. —Lo sacó de su bolsillo. —Pudimos haberlo usado desde el principio. No me gusta que ensucies tus manos.
—Lo sé —contestó Kitty con una bella sonrisita—, pero así no sería tan divertido.
Entonces, Gucci inyectó el suero con cuidado de no tocar la asquerosa sangre de ese Alfa. Luego, la felina y él se alejaron un poco, esperando que el fármaco hiciera efecto. Eso no tardó en ocurrir, pues estaba químicamente modificado para ser más efectivo que los que se vendían en el mercado negro.
—Ahora, señor González, ¿dónde está el paquete 328?
—En los almacenes del sur —respondió como una máquina.
—¡Excelente! —exclamó Kitty como una niña—. Bueno, ahora puede morir en paz, señor González.
—Tú...
—¿Yo?
—Maldita hija de... —pero no pudo decir más, pues la exagerada pérdida de sangre lo llevó a la muerte.
Kitty estaba más que satisfecha. Al fin estaba terminando de establecerse en Bogotá y sus sitios clandestinos en Lima también estaban renaciendo luego de dos semanas en stand-by. Aparentemente, todo le iba bien; sin embargo, las apariencias engañan. Su corazón estaba más que confundido.
Por un lado, quería vengarse de Agust. Quería golpearlo y gritarle todas sus verdades a la cara. Tenía la necesidad de hacerle sentir un vacío tan horrible como el que experimentó cuando se enteró de su traición.
No obstante, también quería agradecerle por haberla dejado escapar. De hecho, tenía que admitir que gracias a ese lobo aún estaba con vida. Además, su gata lo extrañaba con locura. Quería que la volviese a acurrucar entre sus brazos, que la besara y le hiciera el amor una vez más. Lo necesitaba tanto.
—También pudiste usar tu aroma, ¿sabes? —le comentó su esposo, sacándola de sus pensamientos.
—Sabes que no me gusta usarlo en basuras.
—Lo sé... pero nos hubiera ahorrado todo este desastre y el suero.
Kitty se detuvo y lo miró unos segundos. Era el hombre que tanto la había ayudado, en el que más confiaba y el único al que nunca le mentiría. Sin embargo, ¿qué más lejos podrían llegar? O sea, eran esposos, pero no compartían cama desde la luna de miel. Además, su personalidad se había vuelto más fría tras la llegada de Agust.
—¿Pasa algo contigo?
—¿Por qué preguntas? —contestó Gucci.
—Te conozco... Solo quiero saber si todo está bien.
Un profundo suspiro se escuchó. Sin duda no estaba bien.
—Hemos trabajado tan duro para que obtengas el poder en nuestro mundo —le confesó—, pero luego llegó Agust y todo nuestro plan se arruinó...
—¡Oye! No está arruinado y lo sabes —lo calmó—. Nos estamos recuperando muy rápido y...
—Pero lo amas... Lo amas y... ¿dónde quedo yo? —Bajó la mirada.
—Él no está aquí.
—Lo sé... Y, bueno, no me refería a eso. —Suspiró.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea —le dijo Kitty, acariciando su cabello con ternura—. Yo confío en ti. Te conté el problema con mi olor y mi padre, lo más difícil para mí, así que espero que hagas lo mismo, pero cuando estés listo.
—Gracias. Te quiero. —Sonrió, volviendo a alzar la mirada.
—También te quiero, y mucho.
—Lo sé —susurró—, lo sé.
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• CAZANDO A KITTY GARCÍA • Historia Original
عشوائيKitty García era la jefa de la mafia más peligrosa, la Omega más deseada y temida en todo Perú. Sin embargo, la Policía Secreta ha puesto su vista sobre ella. Agust, un Alfa de la Policía Secreta, será el encargado de cazarla, pero nunca creyó que c...