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La decoración blanca y dorada se lucía en el gran salón de la hacienda que le pertenecía a Kitty. Las rosas blancas, los jarrones de oro, los velos brillantes de seda, todo creaba un escenario digno para la boda de la Omega más poderosa de Latinoamérica.

La hacienda se ubicaba en Arequipa, donde años atrás una pequeña Catherine decidió que se vengaría. Así, durante años, alimentó su corazón con odio hasta que finalmente nació Kitty García. O, mejor dicho, permitió que su verdadero ser saliera a la luz.

Sin embargo, no había regresado para recordar la oscuridad que guiaba su vida desde entonces, sino para casarse. Había viajado junto con sus amigos más cercanos y su Alfa para celebrar la unión. Serían nombrados Alfa y Omega, marido y mujer.

—¡Kitty! —la llamó Prince entrando a la habitación en la que la maquillaban.

El oso vestía un traje de color chocolate, el cual combinaba con su cabello y resaltaba sus ojos. Lucía muy alegre, dichoso, como si la boda no fuese de sus aliados, sino suya.

—¿Sí?

—Ya es hora. —Sonrió liberando su aroma a helado mocca y pisco. —Agust te está esperando.

Ahí estaba otra vez ese brillo tan bonito. Kitty no lo entendía. Nunca había visto a alguien así.

—¿Por qué, tan feliz? —le preguntó.

—Porque... —Amplió su sonrisa, como si todo fuese maravilloso. —Mira. —Alzó su mano, mostrándole un anillo en su dedo índice. —Gucci me pidió matrimonio.

Si se lo hubiese dicho meses atrás, no lo hubiera creído. Sin embargo, había visto por su cuenta cómo el amor nació en ellos. Gucci realmente se había enamorado de Little Prince. Siempre sonreían cuando estaban juntos, se trataban con respeto y arreglaban sus problemas con tranquilidad. Eran el ejemplo de una pareja perfecta... de cierta forma los envidiaba.

—¡Felicidades! —exclamó levantándose de la silla, pues al fin habían terminado su maquillaje— Les deseo lo mejor.

—Gracias, pero, cariño, ahora es tu momento. —Tomó sus manos. —Luces como una princesa en este vestido rosa crepé. Y con este cabello rubio... —Sujetó un rulito. —eres simplemente perfecta.

Era cierto, lucía preciosa, aunque no se sentía como ella. Era como estar en el cuerpo de alguien más. Ya había pasado un mes desde que le tiñeron para engañar a la Policía Secreta, pero no acababa de acostumbrarse. Lo suyo no eran los colores delicados, sino los vibrantes. Tal vez, lo mejor sería volver al rosado y ponerse su propia ropa lo más pronto posible.

—Gracias.

—Bien. Ahora bajemos que tu Alfa espera.

Agust la esperaba en el altar al lado del juez de paz y del padrino de la boda, Gucci. Estaba tan emocionado. Al fin se casaría con el amor de su vida y la haría la mujer más feliz en la tierra. La amaría en la salud y en la enfermedad. Ya no podía esperar más. Por eso, cuando la vio llegar junto con Prince, se sintió aliviado. 

—Es momento de que expongan sus votos —dijo el juez luego del final de la parte aburrida de la ceremonia.

Ambos se miraron a los ojos, dándose cuenta de que estaban tomando la mejor decisión de sus vidas. Realmente se amaban.

—Yo, Agust Linares de Soto… —Lamentablemente, su verdadera identidad ya no existía, así que tuvo que adoptar un apellido desconocido. Por suerte, eso era lo de menos. —prometo amarte y respetarte. Prometo hacerte feliz cada día de tu vida. Prometo darte razones para nunca dejarme y, si en algún momento incumplo, haré hasta lo imposible para recuperarte. —Sonrió. —Te amo tanto que me encargaré de que nunca te arrepientas de escogerme. Soy tuyo ahora y siempre. —Levantó el anillo. —Te amo. —susurró y, finalmente, puso el anillo en el dedo de su Omega.

Los invitados estaban tan conmovidos que no pudieron evitar suspirar. Ellos parecían la pareja perfecta.

—Yo, Catherine García Fernandini, prometo amarte día y noche hasta el final de mis días —juró sonrojándose—. Prometo que, a partir de hoy, serás el único. Y gracias, gracias por amarme y comprender mi peculiar forma de expresar mis sentimientos. —Rio. —Eres especial y le agradezco al destino por ponerte en mi camino. Por eso —dijo enseñando el anillo—, te acepto como mi pareja... Te amo. —Y, así, le colocó el aro dorado en su dedo índice.

—Alfas, Omegas y Betas presentes —anunció el juez—, para mí, es un honor declarar a esta pareja marido y mujer, Alfa y Omega. Señor Linares, puede besar a la novia.

Los aplausos no tardaron en llegar y los gritos de emoción tampoco. Todo era una fiesta por la pareja, quienes se besaron con completa sinceridad. No obstante, algo le seguía incomodando a Kitty. Sentía que había algo inconcluso esperando en la biblioteca de esa gran casa. Por eso, cuando todos pasaron a la fiesta, tuvo que excusarse unos minutos. Debía asegurarse de algo.

Subió las escaleras lo más rápido que pudo hacia la biblioteca. Una vez ahí, prendió la chimenea y se arrodilló en frente de ella. Cerró los ojos y suspiró. Tan solo esperaba descubrir qué tendría que hacer ahora. ¿Cuál era el paso siguiente luego de la toma de las Fuerzas Armadas y la Policía Secreta?

De repente, una punzada en su vientre causó que abriera los ojos. No entendía por qué dolía tanto. ¿Qué estaba pasando con ella?

—Esto no —susurró—. No he dejado de cumplir… ¿Por qué esto?

Porque alguien como ella no debía ser feliz. Debía seguir llenando su vida con odio hasta que esta culminara.

—Por favor...

Otra punzada mucho más dolorosa golpeó su vientre.

—¡¡¡Ahh!!! —gritó.

De repente, sintió algo escurrirse entre sus piernas, mas no quería ver, no quería saber. Temía bajar la mirada y encontrarse con lo que tanto temía.

—¡¡¡Ahhh!!! —volvió a gritar. 

El dolor era tan insoportable. Debía afrontar la realidad.

—¡No! ¡¡¡No!!! —exclamó desesperada— ¡¡¡Agust!!! ¡¡¡Agust!!! ¡¡¡Mi bebé!!! ¡¡¡No!!! ¡¡¡Ayuda!!! —jadeó completamente aterrada.

El piso estaba cubierto de sangre. Era oscura y viscosa. Estaba abortando.

—¡¡¡Agust!!!

Por suerte, su voz fue oída, así que su Alfa ya estaba a su lado para sujetarla con fuerza. Luego, llegaron Gucci y Prince, quienes traían un botiquín de primeros auxilios, aunque eso no serviría.

—Llamaré al doctor —dijo el Omega antes de salir de la biblioteca.

Sin embargo, ningún médico resucitaría a la criatura de tres meses que Kitty estaba perdiendo.

—Mi amor —susurró Agust sin dejar de abrazarla como si la estuviese perdiendo a ella—, todo estará bien, todo estará bien... —le prometió antes de besar su frente.

—Está bien —balbuceó—. Por favor, solo quédate a mi lado. —Lo miró a los ojos. —Y, recuerda, si caigo, caes conmigo.

—Te lo prometo. —Acarició su mejilla, acurrucándola entre sus brazos. —Pase lo que pase, estaré aquí.

FIN

• CAZANDO A KITTY GARCÍA • Historia OriginalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora