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『 Jugar con fuego 』
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Sentada sobre su escritorio, permito que Chayoung limpie la sangre seca de mi rostro mientras observo a Vincenzo retirar todo el contenido del botiquín de primeros auxilios.
—¿Puedes salir un momento? Quiero que se retire su blusón —dice ella, divertida por esperar su respuesta.
—Claro. Iré por otras cosas —contesta Vin, guiñándome el ojo.
Ambas reímos por lo bajo, viéndolo salir también, sonriendo divertido. Cómo era lo esperado, no sucede aquello sino solo alza mis mangas para proseguir limpiando la sangre.
—Era eso o pedirle que te ofreciera su saco igual que aquel día en Jipuragi.
—Te gusta fastidiarlo —saco la lengua y ella me arremeda.
—Sabes que él es como un...
—¡Vincenzo, ayuda! —un hombre grita, desgarrando su garganta.
Levanto la cabeza, buscando al dueño de esa voz perfectamente reconocible para mí. Se acerca corriendo hasta hincarse y aferrarse al pantalón de Vincenzo, implorando por ayuda. Berrea que, cuesta entender un poco lo que está diciendo pero, trata de calmarse para poder continuar.
—¡Han secuestrado a mi hija! Fabrizio la ha raptado. ¡Ese imbécil me ha quitado lo más preciado!
Chayoung conecta mirada conmigo, noto en su rostro pena por estar presenciando una escena poco vergonzosa, más, porque proviene de alguien quién odia con todo su ser al hombre de pie delante suyo.
—¡Ayúdame! Te lo imploro —sus nudillos se enrojecen, consecuencia de la fuerza con la que sujeta la tela del pantalón—. Por favor, ayúdame.
Decidida, me bajo del escritorio, ignorando el evidente dolor de mi tobillo. Mi hermana no se inmuta, sabe perfectamente que había estado esperando este momento desde que les conté solo a ellos tres, el verdadero motivo de todo este plan. Sin notar mi presencia, me coloco a un costado de Vincenzo, retiro su arma del bolsillo interno del saco, hago una debida recarga y apunto hacia la cabeza de papá, ganándome su atención.
—¿Li... Lia? ¿Cómo es que...? Dante me dijo... No puede ser —farfulla, incrédulo de verme ante él—. ¿Qué estás... haciendo?
—Dijiste que preferirías estar muerto antes de pedirle ayuda.
Se reincorpora del suelo para envolverme en un abrazo; conecto mirada con mi hermana y Vincenzo, quienes ven el momento, desconcertados.
