Caderas Blancas 0.2

1 0 0
                                    

Después de lo ocurrido anoche, la recepcionista nos vio raro cuando salimos, todo resultó bien, Lalo lo disfruto, en cierto punto yo también lo disfruté, pero algo no me gustó para nada. 

Lalo ya no quería abrazos, tampoco quería que el agua le tocará el brazo y tampoco le gustaba moverlo mucho, sabía que era por el balazo, pero aunque quería llevarlo al doctor, él se oponía. 

—Eddy, aún no te e preguntado—ahora fue mi turno de manejar, Lalo iba en el asiento del copiloto comiendo una paleta—¿Todo el dinero, lo conseguiste en el café?—comencé a reír a lo bajo, pero Lalo me miró con enojo y confusión. 

—¿Enserio crees que conseguí arriba de doscientos mil pesos, trabajando en un mísero café? Claro que no Lalo—

—¿Entonces? No estás haciendo cosas malas ¿verdad?—

—Cuando regresemos, te cuento bien, ahora no quiero hablar de eso—su mirada se clavó en mí, y aunque quería disimular los nervios seguían consumiéndome por dentro. 

Lalo cambió de tema, puso música de su celular, nos la pasamos cantando, riendo y jugando en todo el camino, era una sensación muy bonita estar con tu pareja de ese modo. 

Un enorme agujero en mi estómago se hizo presente cuando reconocí el lugar, a menos de diez minutos, llegábamos a casa de mis padres. 

Lalo me puso su mano en mi pierna y me dedicó una sonrisa, asegurando que todo iba a estar bien, que todo se iba a solucionar, pero yo aún no podía ni respirar. 

Al fin llegamos a mi antiguo vecindario, algunos vecinos los reconocí al instante, el lugar cambió mucho, más de seis años alejado de aquí, es una sensación, inexplicable. 

Estacionamos la camioneta afuera de un callejón, Lalo se quedó observando todo el lugar, tengo que admitir que no vivíamos en un lugar agradable, siempre fue peligroso y con malas vibras. 

Yo vivía casi hasta el fondo de aquel callejón, era de día, no había pavimento en toda la calle, había muchos baches y algunos bultos de tierra con grava. 

[...]

Eddy caminaba muy seguro de sí mismo, en un momento pareció sonreír, estaba en su hogar, el lugar donde creció, pero a mi no me gustó para nada, era un lugar algo sombrío, y cuando Eddy me comentó que habían matado a dos personas antes por venta de drogas, mis miedos aumentaron aún más. 

—Es aqui—nos detuvimos en una puerta delgada de color verde, casi hasta el fondo de aquel callejon. 

—Eddy, todo va a estar bien, anda, toca la puerta—puse mi mano en su hombro para que esté más relajado, se armó de valor y tocó. 

Se empezaron a escuchar ladridos de perros, y después un grito desde el fondo, acompañados de algunos pasos, La respiración de Eddy se aceleró y mis nervios de ver quien abriría la puerta también aumentaron. 

La puerta fue abierta, estaba un señor moreno, canoso, delgado casi idéntico a Eddy, con unas gafas de sol, se las quitó al ver a Eddy y tragó saliva. 

Un nudo en la garganta se le formó a Eddy, ya que intentaba hablar y no podía. 

—¿Eduardo?—los ojos del señor se humedecieron y se abalanzó hacia Eddy. 

Me conmovió ver esa escena, padre e hijo de nuevo juntos, recuerdo que Eddy me contó que cuando él se fue, su padre no estaba, entonces nunca se pudo despedir de él. 

Los dos comenzaron a llorar, y el abrazo se alargó, cuando se separaron el señor clavó su mirada en mí, su alegría no cambió 

—¿El quién es hijo? Mucho gusto, por cierto—el señor me extendió la mano y yo la recibí con gusto. 

Encontré mi Hogar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora