Cap. 3

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Probablemente estaba en una de las mejores fiestas a las que había asistido. La música, la ambientación, las personas y sobre todo la comida, le hacían pensar que en ese momento no podría estar en un mejor lugar.

El rey no escatimó en gastos para agasajar a sus invitados y su personalidad relajada hacía que el baile tuviera una atmósfera alegre desde que bailara la primera pieza con su hija. Para ser un hombre tan corpulento, tenía pies bastante ligeros y se notaba lo mucho que disfrutaba al compás de la orquesta. Le hubiera gustado demostrar la misma gracia al bailar con la reina, pero, aunque no tenía una mala técnica, sabía que no podría igualar al rey.

En cuanto a Matthias, bueno, le parecía el más feliz de todos, había decidido que su compañera de baile sería la dama de compañía de la princesa, de quien por algún motivo nunca recordaba su nombre. De alguna manera se compadecía de ella, sabía que su consejero no iba a dejarla en paz hasta que los músicos dejaran de tocar.

Ya había bailado con la futura reina y algunas mujeres de la corte, y quiso descansar un momento. Para su sorpresa, Matthias estaba sentado a la mesa con la joven y ambos reían a carcajadas, conociéndolo, seguro estaba pasándola muy bien pudiendo departir con una mujer de esa edad. Sonrió pensando en ello y se acercó a la mesa.

—¿Se ha cansado ya, Su Alteza? —le dijo de manera burlona.

—Usted vino a sentarse primero —le respondió, mientras pedía que le sirvieran agua.

—Bueno, a mi edad ya no puedo... ¿cómo es esa expresión maravillosa que ustedes tienen, señorita Urdiales?

—Girar como trompo —contestó ella, risueña.

—Sí, "girar como trompo" toda la noche.

—¿Qué es un trompo? —preguntó el príncipe con sincera curiosidad.

—Es un juguete de madera, con una punta de metal que, con el impulso correcto, da vueltas sobre el piso, como si bailara —le explicó la muchacha.

—Ah, una peonza —él entendió, recordando un poco de su infancia.

—Su Alteza es modesto, pero era bastante bueno con ese juego hace algunos... muchos años —dijo Matthias entre risas, luego se levantó—. Bueno, iré con la princesa antes de que se sirva la cena.

Hubo un silencio breve, que ella rompió.

—¿Su estancia ha sido placentera, Su Alteza?

—Sí, mucho —le contestó de forma cortés—. Me han tratado muy bien.

—Me alegro.

—Sepa usted que agradezco lo que ha hecho por nosotros, iba a escribir una nota para usted y sus compañeros.

La joven sonrió.

—No es necesario, es nuestro trabajo.

—Bueno, para nosotros lo es y realmente quisiera reconocer el esfuerzo que hacen.

—Entonces no voy a detenerlo de que lo haga.

—El problema es que nunca puedo recordar su apellido.

Ella se rió.

—Puede llamarme Isabel si le parece más sencillo y así lo desea.


***

—¿Por qué no baila con ella? —Carmen no veía con aprobación la interacción entre Isabel y el príncipe, mientras bailaba con Matthias.

—Están conversando, Su Alteza, tenga paciencia.

—A este paso le dará el primer beso a fin de año.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora