Cap. 33

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Muy apreciada Señorita Urdiales,

Me alegra tener una confirmación de su parte que corrobore la versión de Matthias sobre el buen desempeño académico y el comportamiento de Anthony. No es que me sorprenda, pero como usted lo dijo, aunque es listo, es atolondrado y era mejor tener una segunda opinión al respecto.

Sobre su nueva actitud rebelde, bueno, no puedo decirle que no lo haga, puesto que eso me volvería hipócrita, sabiendo que haría lo mismo que usted de tener la oportunidad. Agradezco la confianza de decírmelo y sepa que nadie sabrá por mí ese secreto, sólo le pido que tenga mucho cuidado y no se exponga demasiado a una situación peligrosa.

Igual, si vuelve a lastimarse, puede encontrar dentro del sobre una tarjeta que hice por si le pasa algún accidente. En caso de que esta carta la encuentre de nuevo convaleciente, espero que mejore pronto, pero deseo que su espíritu siga siendo igual de desafiante.

Le estima muchísimo,

S.A.R. Robert Clayton Drake

Isabel revisó el sobre, encontrando un bonito dibujo de un conejo entre varias margaritas, con la frase "Cuídese mucho", sin poder evitar llevarse la tarjeta al pecho, aunque unos segundos después se sentía ridícula por haberlo hecho. La guardó en una caja de madera con el mazo de naipes y las demás cartas que él le envió, acomodadas por orden cronológico, empezando por la nota de disculpas que le escribió, pasando por la tarjeta del petirrojo, los patrones de ganchillo y la correspondencia profesional. Se arrepentía de haberle devuelto la carta con la que se sintió insultada, pero ya no había nada que pudiera hacer al respecto.

Estuvo admirando su caligrafía cuidadosa por un rato, tratando de estudiar su carácter por medio de ella, o algo similar le había dicho Mariela que se podía aprender por la manera de escribir de las personas. Sus cartas siempre estaban limpias, con los márgenes bien delimitados, a diferencia de las suyas, que siempre parecían escritas a las prisas, llenas de tachones y manchas de tinta. Otra confirmación de que era más delicado que ella. No entendía por qué eso le atraía tanto de él, se suponía que lo que debía buscar en un hombre era sentirse protegida, no al revés. Su vulnerabilidad le parecía encantadora, pero también casi femenina, en contraste con su porte varonil y gallardo, lo cual la confundía un poco, nunca se había sentido así con respecto a nadie. En esa fragilidad encontraba dulzura y estaba dispuesta a responder con violencia ante cualquiera que decidiera herirlo.

De verdad no comprendía por qué se sentía así desde que compartieron la cena a escondidas en la cocina del palacio, y le asustaba mucho la idea de estar enamorada de él, porque si se lo permitía, eso equivalía a volver a tener el corazón roto, pues los príncipes se casan con princesas, no con la servidumbre, y no podía hacer nada para cambiarlo.

Cerró la caja con fuerza para no perderse en esa vorágine de pensamientos, ya le había llorado suficientes lágrimas la noche en que se despidió de ella, no quería dedicarle más porque tenía mucho que hacer y eso la iba a retrasar en sus propios preparativos para la boda de la Duquesa.

Le dio una última mirada a la caja y sacó de ahí la tarjeta del conejo, para dejarla bajo su almohada, para poder encontrarla fácilmente en cuanto volviera. Volvió a cerrar el contenedor y lo puso bajo su cama, para luego salir de ahí tan pronto como pudo.

Le gustaba poder caminar sin el apoyo de un bastón, pero igual tenía cuidado de ver por dónde pisaba para evitarse otro accidente, con la boda real tan cerca, no se podía permitir eso.

Al llegar a la biblioteca, se encontró con la princesa y su hermana mayor. Le parecía un escenario desolador que quisieran pasar juntas el mayor tiempo posible, justo antes de tener que despedirse para verse sólo en contadas ocasiones a partir del casamiento. Pensó en Mariela, y sonrió al creer que ellas nunca se apartarían tanto si alguna se casaba, siempre que quisieran podrían reunirse en la casa de sus padres.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora