Cap. 31

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Después del rápido recibimiento que tuvo al llegar al palacio esa mañana, Robert fue conducido por su abuela al saloncito que ella consideraba el lugar más discreto del edificio.

La mujer estaba preocupada, pero no dejaba de sonreírle, como siempre hacía cuando algo la tenía inquieta, era su manera de ocultar la forma en la que se sentía. Ahí también estaba su madre, quien durante esos días se mantenía encerrada la mayor parte del tiempo para que las personas creyeran que tanto ella como Jane tenían una enfermedad estomacal y no hicieran más preguntas.

—Lamento que tu regreso haya sido tan precipitado, debes estar cansado —dijo Adelaide, pidiéndole que tomara asiento en el sillón frente a ellas.

—Estoy bien —respondió, mientras las miraba, expectante.

—Bueno —comenzó la reina, sin querer perder más tiempo—, Su Majestad insistió en que tu presencia era requerida para decidir qué hacer, aunque francamente yo no estoy de acuerdo con eso porque la respuesta para mí, como madre de Jane, es obvia, ella debe estar en un convento, nadie cuestionará nada si creen que quiso tomar los votos.

El príncipe alzó las cejas, sin sorprenderle su hostilidad.

—¿Qué ha dicho ella? —preguntó—. Lo último que supe es que no quería hablar con nadie.

—Habló conmigo hace un par de días —contestó su abuela—, sólo dijo que lamentaba cómo habían pasado las cosas. Sabe que ibas a llegar, probablemente te está esperando.

La reina bufó, con fastidio.

—Astrid, basta —replicó Adelaide—, será más fácil para ti si te tranquilizas.

—Mejor ustedes decidan lo que crean más conveniente y me lo informan. Participaré en mantener la mayor discreción posible, es todo —dijo, mientras se levantaba de su asiento para volver a su habitación—. Sólo seré muy enfática en repetir que mi esposo no puede enterarse de esto.

Salió de ahí antes de que alguien más pudiera decir algo.

—La entiendo —mencionó Adelaide—, está asustada, por eso está tan enojada, claro que no vamos a decidir sin ella, pero por ahora, tiene la cabeza tan caliente que no ve otras opciones.

Robert no quiso decir nada al respecto.

—Sé que no estás de acuerdo conmigo en esa percepción, pero tengo más años que tú de conocer a tu madre —comentó, sonriendo—. Tal vez sería bueno que tomaras el almuerzo con Jane, puede que aprecie tu compañía.

—¿Mamá sigue alimentándola una sola vez al día? —preguntó.

—No, ella misma levantó ese castigo al día siguiente de que te escribí, aunque aún no la deja salir ni un momento.

Su nieto suspiró.

—Durante el viaje, estuve pensando en qué podríamos hacer.

La mujer lo miró con atención.

—Tengo que ir a Lysse esta semana, porque fue lo que Matthias y yo creímos que sería conveniente decir para que Charles no sospechara nada. Jane puede venir conmigo, le haría bien, nos quedaríamos con la excusa de mejorar su salud, hasta que las personas dejen de asumir que hay algo más.

—No estoy segura de que tu madre esté de acuerdo porque implica un riesgo, pero para mí no hay inconveniente, estar en Lysse suena mejor que obligarla a convertirse en monja.

Robert prometió convencer a su madre y se despidió de su abuela, para poder ver a su hermana por un momento.

Fue a su habitación y tocó a la puerta. Al no escuchar respuesta, procedió a identificarse.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora