Cap. 27

12 3 8
                                    

Aunque el Señor Meyer no estaba feliz de que lo viera en las condiciones físicas en las que estaba, no podía negar que ese niño tenía la suficiente información para permitirle el paso a su habitación.

—Le entregó el bollo que le di y dijo que ella lo partió a la mitad para compartirlo —Anthony le contaba a Matthias, emocionado, lo que su hermano le comentó en la mañana—. Eso significa que le gusta ¿cierto? Porque él se empeña en creer que no tiene posibilidades con ella.

—Bueno, en mi opinión, sería peligroso asumir algo de una acción tan sutil.

—Usted siempre sale con lo mismo, nunca dice nada de verdad —le reclamó.

—Su Alteza —el consejero empezó a hablar con serenidad—, no creo que usted esté de acuerdo con la idea de que su hermano termine con el corazón roto si se hace ilusiones de algo tan sencillo como un mendrugo de pan.

—Pues... no —dijo, decidido—, pero si no le damos un empujón nunca hará nada por decirle lo que siente por ella.

—¿Cómo que no hará nada? —le cuestionó— ¿Qué no se ha dado cuenta de la cantidad de tiempo que pasa con ella? La dama en cuestión no lo repele, pero eso no significa que deba hacer un movimiento ahora, con avanzar de a poco está bien para él.

El duque se llevó una mano a la nuca para rascarse, pensando en lo que acababa de decirle Matthias.

—Pues sí, pero todo pasa muy lento, si siguen así se van a besar cuando sean ancianos —mencionó, para luego encogerse de hombros—. Igual no haría daño ayudarle un poco.

—¿Y qué se le ocurre? Espero que no tenga que ver con herir a alguien.

—No fue mi intención, Matthias —hizo un mohín, con molestia—, y no, no voy a lastimar a nadie, estoy pensando en qué podría hacer que Robert tome la merienda con ella todos los días, ya sabe, le gusta mucho el pan de nata y es una buena excusa para que estén juntos más tiempo, así ella se dará cuenta de que le interesa más de lo que cree.

Al Señor Meyer le parecía un plan redundante, pero inofensivo, así que no se opuso a que se lo propusiera al príncipe en cuanto tuviera oportunidad. Él, por su parte, le comunicaría a la princesa esa idea, aunque sabía que no iba a estar de acuerdo porque la merienda era el momento del día que pasaba con su dama de compañía desde el accidente, compartir eso con alguien más, aunque fuera el pretendiente que ella había elegido, le iba a molestar.

Lo dejó irse sin decirle más, aceptando que las cosas iban más rápido gracias a la intervención descuidada de ese niño que vivía todas sus emociones al límite. Y tal vez esa era la clase de aliado que necesitaban.

***

Carmen se había pasado la mañana en la habitación de Isabel, no quería aceptarlo, pero al llegar ahí estaba un poco fastidiada con Mariela por estar tanto tiempo con ella, pensando que eso le quitaba privacidad para hablar con su dama de compañía en favor del príncipe, aunque después de un rato, se dio cuenta de que era más insistente con ella sobre el tema y por ser su hermana, a Isabel no le era tan fácil deshacerse de sus cuestionamientos audaces.

—Pues yo no sé —dijo Mariela—, pero ningún hombre que no esté interesado llega por la noche a entregar un bollo de queso.

—Sí, Isabel —intervino la princesa— ¿No nos vas a decir qué te dijo?

—¿Pues qué iba a decir? —respondió, poniendo los brazos en jarras a pesar de que estaba sentada— Que era un regalo del duque, porque es obvio que ese niño se sigue sintiendo culpable. ¿Y cómo no va a sentirse así? Si Su Alteza se la pasa peleando con él.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora