Aunque Carmen estaba muy decepcionada de tener que pasar tiempo con Anthony, estaba dispuesta a sacrificarse después de notar que el príncipe no era tan indiferente con Isabel como ella le había intentado convencer. Le parecía difícil de creer la percepción de su dama de compañía en la que él sólo quería mostrarse amable, porque si así fuera, se portaría de esa manera con todas las mujeres del palacio, y no era el caso. Claro que eso lo tendría que confirmar con el Señor Meyer, sólo necesitaba encontrar un momento para preguntarle.
Pensó en dejar una nota debajo de su puerta, pero era muy arriesgado dado que Anthony ocupaba la mayor parte de su tiempo durante esos días. Se sentía tan boba por estar enamorada de él que cualquier cosa referente a ese niño le molestaba, por eso se divertía tanto haciéndolo bufar de frustración cuando podía. Si tan sólo Isabel no la hubiera regañado por eso, hubiera sido una salida mucho más agradable para ella.
El tener que compartir asiento de regreso con él en la calesa le exasperaba y sabía que el sentimiento era mutuo. Se lanzaban miradas de resentimiento y desagrado mutuo, lo que confirmaba que si en algo podían estar de acuerdo, era en lo mucho que se repudiaban. Carmen esperaba que su padre anulara el convenio con el príncipe de casarla con una persona que aborrecía tanto, pero conociéndolo, se le olvidaría y dejaría pasar el tiempo hasta que se llegara la fecha de su cumpleaños diecinueve, era mucho más fácil escaparse el día de la boda que evitar que sucediera un compromiso en primer lugar.
Prefirió observar a Isabel, quien de vez en cuando miraba al príncipe, la niña no podía estar segura de a qué podría deberse ese cambio en su actitud hacia él, pero le parecía algo bueno. Si convivían en la fiesta del fin de semana, podría ser un buen augurio.
Suspiró ante la idea y un pensamiento alocado le llegó a la mente.
Le era muy molesto tener que estar con Anthony, pero era tan tonto que bien podría manipularlo para que fuera su cómplice en su plan, después de todo, entre más personas tuviera de su lado para lograr que se convirtieran en una pareja, más rápido vería resultados.
Carraspeó para reafirmar su autoridad en la calesa que compartía con el duque y empezó a usar el tono más amable que podía con él.
—Es un tanto aburrido no tener nada de qué hablar, pero estoy segura de que al menos puede tener un tema de conversación en referencia a su hermano mayor.
El chico la miró extrañado.
—¿Cómo para qué querría yo hablar de él? ¿Está enamorada de Robert?
Ella rodó los ojos con fastidio.
—No —le costó mucho trabajo no llamarlo "tonto", mientras lo miraba despectivamente—, pero como no me interesa en lo absoluto hablar de usted, creí que por lo menos sería capaz de mencionar algo interesante sobre Su Alteza.
—Ah —respondió, con recelo—, pues, no hay mucho que decir, es un tipo aburrido que se la pasa jugando cartas y dibujando en un cuaderno afeminado que siempre lleva con él.
A Carmen le parecía que Anthony sí podría tener información más útil de la que él creía.
—¿Y tiene interés en alguna dama de la corte?
Él se rió a carcajadas.
—¿Robert? ¡Ja! A él le gusta esa chica amable —dijo, señalando a Isabel con un gesto de su cabeza.
Carmen lo miró sorprendida.
—¿Cómo está tan seguro?
—Cualquiera que lo conozca se daría cuenta, es muy obvio. Nunca le presta tanta atención a las personas en general. Con ella se comporta diferente, y Matthias también lo sabe.
ESTÁS LEYENDO
La flor de azahar
Romansa"No dejaba de pensar en sus brillantes ojos cafés, el sonido de su risa alegre, ni en el aroma sedoso y delicado de su perfume. Trató de evocar la fragancia de la forma más vívida que podía: era una esencia sobria de flores de azahar y jazmín, que l...