Cap. 5

156 44 134
                                    

Isabel comió rápido para poder continuar con sus pendientes. Al dedicarse a la labor de ganchillo, había olvidado por completo escribir las cartas para la Academia de Artes y el Convento, ella tendría que llevarlas personalmente para poder agilizar los preparativos de esas visitas.

No le preocupaban el señor Meyer, ni el príncipe, iba a avisar que tenía que salir y volvería antes de la merienda.

Cuando todo estuvo listo, fue al salón de té, donde los encontró jugando naipes.

—Buenas tardes, Su Alteza, Señor Meyer —saludó con reverencias.

—Buenas tardes —le respondieron mientras se ponían de pie.

—Sólo quería avisarles que haré unas diligencias, así que saldré por un momento —dijo, sonriendo—. Volveré antes de la merienda, pero si necesitan algo, el señor Villaurrutia estará a su disposición.

—Gracias por su consideración, señorita Urdiales —le respondió Matthias—. Estaremos bien hasta su regreso.

Ella volvió a sonreír y salió del salón. Cuando llegó a la puerta del palacio el carruaje ya estaba listo, así que sólo dio indicaciones al cochero y subió.

Revisó el contenido de su bolso para verificar que no hubiera olvidado alguna carta y se encontró con la nota del príncipe. No había pensado en ella hasta ese momento, como estaba sola, creyó apropiado leerla.

Lamento mucho haberla ofendido en el baile y no tomar en cuenta todo lo que ha hecho por nosotros desde que llegamos. Fue desconsiderado de mi parte y ofrezco mis más sinceras disculpas por la falta que cometí.

S.A.R. Robert Clayton Drake

Esbozó una sonrisa. La nota le parecía hasta cierto punto adorable en toda su cortesía, y sí que había notado un cambio en el comportamiento del príncipe, ya se mostraba menos distante con ella, como si quisiera dejar una buena impresión en el país con el que pretendía hacer una alianza.

Llegó primero al convento y tuvo una audiencia rápida con el rector, quien parecía emocionado por recibir al heredero de una corona extranjera. Acordaron que se enviaría una respuesta formal al palacio al día siguiente, con el itinerario de la visita para el miércoles.

Luego fue a la Academia de Artes, donde sólo pudo entregar el documento al prefecto disciplinario, quien se encargaría de hacerle llegar la carta al rector al día siguiente. Isabel agradeció y se fue de regreso al palacio.

Mientras miraba a través de la ventana, sintió su pecho encogerse. Había visto a Eduardo, el hombre qué más había amado, paseando por la plazoleta, con la mujer por la que la había dejado años atrás.

Hacía tanto tiempo que no lo veía, que estaba decepcionada por el hecho de que aún le afectara. Se había imaginado ese escenario muchas veces y esa no era la reacción que esperaba tener cuando por fin lo volviera a ver. Ya no lo amaba, pero la vieja herida dolía.

La opresión en el pecho la obligó a llorar un poco al principio, pero su llanto se volvió ansioso. Sólo agradecía que el camino al palacio era lo suficientemente largo para recomponerse y que nadie pudiera darse cuenta de su pequeña crisis.

Pero estaba equivocada, conforme pasaba el tiempo, peor se sentía y cuando llegó a su destino evitó encontrarse con nadie a la entrada. Subió rápidamente a su habitación y siguió llorando a lágrima viva, reprendiéndose a sí misma por permitirse seguir sufriendo por él.

Pasó un largo rato y terminó por dejar de sentir la opresión en el pecho. Se lavó el rostro y aunque no podía disimular sus ojos enrojecidos, sonrió al espejo y trató de salir con su mejor cara.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora