Cap. 38

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Mientras iban en el carruaje, Isabel y Carmen permanecían con los ojos pegados a las ventanas. Los árboles cubiertos de nieve, el camino blanco y el cielo abombado de nubes las mantenían con la vista fija en el nuevo lugar que se presentaba ante ellas. La princesa pidió a su madre permiso para detener el carruaje, para poder bajar a sentir el invierno, la reina no se opuso y todas las personas que viajaban en la comitiva se unieron a esa sana curiosidad.

Lo primero que hizo la niña fue quitarse los guantes de lana y tomar entre sus manos un montoncito de nieve, aunque estaba muy fría, se permitió soportar una respetable cantidad de segundos, notando cómo se derretía poco a poco entre sus dedos.

—Pero qué boba eres —dijo Anthony—, así no se juega con la nieve.

La niña le sacó la lengua en respuesta

—Pequeña, vuelve a ponerte los guantes, te vas a entumir —dijo el rey, saliendo del carruaje corriendo tan rápido como podía—, luego no podrás hacer bolas de nieve para jugar.

—Está bien —le respondió mientras se secaba las manos en el abrigo y volvía a ponerse los guantes. Hizo una bola de nieve y se la lanzó al sombrero de Isabel, quien estaba jugando a ver qué tan profundo llegaban sus botas en una pequeña colina blanca.

La que recibió el ataque levantó la prenda y lanzó una bola de nieve en respuesta, directo al pecho de quien había iniciado el juego. El rey también participó, sin importarle dejar el cabello de su hija lleno de nieve.

—¡Papi, eso es trampa! —la niña dirigió su atención a su progenitor, quien no le tenía ninguna consideración con los proyectiles que le dirigía a una velocidad inesperada.

Mientras, Anthony también aprovechaba el ataque del rey para también lanzarle bolas de nieve a la princesa. Por completo en su elemento, el chico terminó por aliarse con el hombre para derrotarla.

—Su Alteza, eso no va con un buen espíritu deportivo —le recriminó Matthias, tomando partido con Carmen, llevándola detrás de un tronco para usar de trinchera—, pero haremos una buena estrategia para vencerlos.

Isabel los dejó jugando y prefirió caminar a través de la nieve, levantando la bastilla de su falda tanteando la profundidad de ésta, aunque un mal cálculo la hizo caer de bruces entre toda la blancura. Trató de incorporarse, pero se le comenzaba a dificultar, recordándole un poco la experiencia que tuvo la primera vez que cayó sobre la arena de una playa, aunque sin tantas molestias. Decidió sentarse y disfrutar un poco el momento, ahora que su cabello era más corto y se permitía llevarlo suelto, podía acomodarlo de manera que cubriera sus orejas, mientras se tapaba la boca y la nariz con la bufanda. Le llegó el pensamiento incómodo sobre qué impresión tendría de ella el príncipe si la viera con un corte diferente. Estaba muy confundida, su última carta le había confirmado que sentía algo por ella, sin saber cómo responder al "Ansío mucho volver a verla, es probable que más que a nadie con quien he esperado encontrarme de nuevo" con el que se despidió. Si ella no le era indiferente como tantas veces creyó, tal vez podía dejar de fingir que no tenía sentimientos más profundos hacia él, mientras mantenía en el bolsillo de su abrigo la última tarjeta que le hizo.

Se cuestionó para qué se esforzaba tanto en evitar que su corazón palpitara con fuerza cada vez que tenía noticias de él, lo mucho que se avergonzaba al emocionarse por recibir sus bonitas tarjetas con dibujos de animales y lo difícil que era esperar el momento de estar sola para leer las palabras que le dirigía de manera personal, con esas frases escritas en la más cuidadosa caligrafía. Esa última carta la tomó por sorpresa, ella también ardía en deseos de verlo, pero no sabía cómo decírselo, y lo más importante, si era prudente hacerlo.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora