Para Robert, ser el responsable de Anthony durante la fiesta hizo que el tiempo pasara más rápido de lo que esperaba. Y fuera más agotador, no recordaba la última vez que se había cansado tanto cuidando que no se metiera en problemas. Le parecía que su hermano era un imán para los conflictos con la princesa, pues el accidente que tuvo derramando sobre ella salsa de maní había causado el suficiente jaleo para que fuera mejor llevarlo a su habitación.
Cada vez la certeza de que nunca se casarían se volvía más inminente y prefirió acompañarlo para evitar otra pelea entre ellos. Estaba cansado y el semblante de Anthony era tal que estaba seguro de que reprenderlo sólo causaría más inseguridad en él.
—Me odias —le dijo, nada más subieron la escalera, con frustración en la mirada.
La frase lo tomó por sorpresa, era la segunda vez que externaba esa idea, pero la primera en la que se lo decía de manera directa. No deseaba que se sintiera de esa manera, así que trataría de convencerlo de que no era el caso.
—No —le dijo en el tono más amable que pudo—, no te odio. Lo de hace rato fue un accidente, no voy a regañarte por algo que no fue culpa tuya.
—No me refiero a eso, estás enojado conmigo desde lo de la trampa —por un momento, parecía que estaba a punto de llorar—. Yo no quería que le pasara nada a la Señorita Urdiales, me agrada, y aunque me burlé de ti, me alegra que te guste.
El príncipe suspiró, no tenía idea de qué responderle, pero mientras caminaban en medio del pasillo, su hermano dejó de contener las lágrimas. Si algo le aterraba a Robert, era que la gente llorara, porque nunca sabía qué hacer al respecto. Entraron a la habitación del niño y volvió a hablar, tratando de sonar lo menos amenazante que podía.
—Me molestó lo que hiciste, pero eso no significa que te odie.
—¿Y por qué no volviste a decir nada sobre eso? —le cuestionó, mientras se sentaba en un taburete—. Ni siquiera me hablas igual que siempre.
—Porque pensé que si lo mencionaba podría decirte algo hiriente, igual de nada sirvió, creíste lo único que no quería que creyeras.
—Perdón —se disculpó, soltando un sollozo.
—No tienes que disculparte conmigo, ya comprendiste que estuvo mal y no lo volverás a hacer —le sonrió—. Espero.
Anthony se rió de la broma, mientras se limpió la nariz con la manga de su camisa. A Robert le dio asco ese gesto, pero no dijo nada.
—Ve a asearte antes de dormir ¿sí? —le indicó, a lo que el niño obedeció, pero después de lavarse las manos, sacó de su bolsillo un envuelto con su pañuelo.
—Es un bollo de queso que tomé de la mesa, pensé en que podrías dárselo a la Señorita Urdiales —dijo, mientras se lo entregaba—. Tuve cuidado de que no se aplastara.
Al príncipe le parecía una acción dulce, así que tomó el pañuelo con el bollo de buen grado y lo guardó en su saco.
—Había pensado primero en una flor, pero me pareció cursi y preferí no hacer eso. Espero que sirva para que empiece a enamorarse de ti —comentó, para luego escuchar a su hermano reírse de la idea—. Oh, no te rías ¿cómo crees que se va a dar cuenta de que te gusta si no haces nada para demostrárselo?
Robert dejó de reírse y lo miró, levantando las cejas, como si le concediera ese punto.
—No sé si quiero que se dé cuenta, porque si no le agrado de esa manera, se distanciará. Creo que por el momento, prefiero que las cosas se queden igual. Me conformo con pasar tiempo con ella.
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La flor de azahar
Romance"No dejaba de pensar en sus brillantes ojos cafés, el sonido de su risa alegre, ni en el aroma sedoso y delicado de su perfume. Trató de evocar la fragancia de la forma más vívida que podía: era una esencia sobria de flores de azahar y jazmín, que l...