Isabel no podía estar más predispuesta, le irritaba la idea de tener que volver a ver al príncipe ese día, y no sólo eso, también atender su visita. ¿Qué le había querido decir con esa estúpida carta? ¿Que no merecía respeto? Había abandonado por completo el proyecto del reto y prefirió dedicarse a terminar su chal, era algo mucho más importante y que merecía toda su atención.
Lo que más le desagradaba era tener que mostrar una sonrisa mientras hervía del enojo por dentro. Que fuera un príncipe no le daba derecho a faltarle al respeto de esa manera, menos si se había presentado como un amigo. Estaba tan furiosa que no se percató del ruido que hacía al caminar hacia la habitación de la princesa. Antes de entrar, trató de calmarse y mostrar una sonrisa, logrando un resultado más o menos aceptable.
—Buenos días, Su Alteza —la saludó.
—¡Isabel! ¡Qué bueno que ya llegaste! —la niña estaba muy ansiosa, con los cajones revueltos— ¡No sé qué me voy a poner! ¡Anthony llega hoy y quiero que se enamore de mí cuando me vea!
La joven suspiró, tenía problemas más graves por resolver que su enojo hacia ese sujeto poco amable y desconsiderado.
—Primero tiene que tranquilizarse —le indicó que se sentara frente al espejo—, voy a cepillarle el cabello, para adelantar en algo.
—¿Cómo puedes estar tan calmada, Isabel? —le preguntó, con genuino pesar— Estoy a punto de conocer al hombre con el que me quiero casar. No puedo verme desaliñada.
La dama de compañía puso las manos en sus hombros y la miró fijamente a través del espejo.
—Usted sabe cómo debe portarse, es graciosa, ingeniosa y muy hábil para tratar a las personas. Lo hará bien.
—¿Y si cree que soy fea?
—No se imagine tonterías, ya se lo había dicho, si él piensa eso, es porque es un tonto.
—Está bien...
Carmen se quedó en silencio por un rato, pero empezó a jugar mucho con las manos, como siempre hacía cada vez que se ponía ansiosa. Isabel dejó el peine a un lado y se colocó frente a ella.
—Su Alteza, todo saldrá bien, yo estaré para ayudarle si algo no resulta como usted esperaba.
La niña la abrazó con fuerza.
Terminó de arreglarla y fueron a desayunar. El ánimo ansioso de la princesa la hizo dejar de pensar en su enojo hacia el príncipe, eso era algo mucho más urgente de resolver que sus diferencias personales con él, así que pasaron el resto de la mañana ensayando los saludos que realizarían en cuanto llegara la comitiva. Poco después del mediodía les avisaron que debían alistarse en la entrada, el centinela había dado aviso de ver que llegaban por el camino de piedra y no tardarían mucho en estar a la puerta del palacio.
Carmen se mantenía muy quieta, aunque su mandíbula temblaba de los nervios. Escuchó los cascos de los caballos que jalaban el carruaje de Phrenylle, conteniendo la respiración hasta que los vio frente a ella.
Primero, bajó el príncipe, luego, un hombre que no conocía, al que le siguió Matthias. Pero no vio a Anthony, así que, por curiosidad, se dejó conducir por sus pies hacia el otro lado del carruaje, notando que había salido por aquella puerta.
Su rostro se iluminó, el niño era mucho más apuesto de lo que ella esperaba, con ojos negros muy grandes, cabello ondulado y un mentón delicado.
—¡Hola, Anthony! —exclamó, antes de darse cuenta de lo alto que hablaba.
El joven duque la miró con una expresión de terror y corrió. No pudo ir muy lejos, puesto que su hermano mayor había ordenado a los guardias que lo detuvieran.
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La flor de azahar
Romance"No dejaba de pensar en sus brillantes ojos cafés, el sonido de su risa alegre, ni en el aroma sedoso y delicado de su perfume. Trató de evocar la fragancia de la forma más vívida que podía: era una esencia sobria de flores de azahar y jazmín, que l...