Cap. 40

8 1 13
                                    

Isabel estuvo ansiosa durante todo el día, esperando la hora en la que debía ver al príncipe en el invernadero. Llegó antes que él, y por un momento, se sintió inquieta ante la posibilidad de que no fuera, igual, llevaba muchas horas pensando en que tal vez él no era del todo honesto.

Pero si algo tenía Robert Clayton Drake era la intención de pasar tiempo con ella, así que apareció a la hora acordada, con el rostro iluminado por una sonrisa.

—Me alegra que ya esté aquí —le dijo, mientras la abrazaba.

—No quería hacerle esperar.

Encontraron una banca en la que pudieron sentarse. Ella le tomó la mano y él acarició su mejilla, les gustaba tanto la compañía silenciosa del otro, que pudieron haberse quedado sin hablar todo el tiempo, de no ser por los propios pensamientos de Isabel.

—¿No le preocupa que alguien nos descubra? —le preguntó.

Él la miró extrañado.

—Sé que Su Majestad es estricta, nunca lo aprobaría. Además —continuó—, Lord James lo intuye, él fue quien me dijo dónde encontrarlo en la mañana, si es tan obvio para él que no me conoce, no quiero imaginar lo que pensarán otras personas.

Robert suspiró.

—Pero me conoce a mí, debí ser más cuidadoso.

—¿Usted se lo dijo a alguien? —le cuestionó, con más impaciencia.

—No —y era verdad, por lo menos lo que se refería a la correspondencia de sus sentimientos—, no le he dicho a nadie que usted me permitió acercarme.

Luego, pensó en que debía decirle toda la verdad.

—Aunque Jane y Anthony saben desde hace meses lo mucho que usted me atrae y mi abuela también se dio cuenta sola. Igual Don Gabriel, pero él me lo dijo para advertirme de tomar cartas en el asunto si le hacía daño. A mi primo Harry se lo dije porque necesitaba que me aconsejara después de hacerla enojar con mi carta.

Tal vez hacía un mes en Yatán, Isabel hubiera encontrado candidez en tanta falta de discreción, pero después de escuchar a su reina durante la mañana, saber eso le enfureció.

—¿Cómo puede ser tan descuidado? —le recriminó, levantándose de su asiento— ¿De qué manera puedo confiar en que me proteja si no es capaz de guardarse sus secretos para usted mismo?

Él también se levantó para evitar que se fuera.

—No se lo han dicho a nadie.

—Porque no es necesario, usted hace un excelente trabajo diciéndoselo a todo el mundo —se dio la vuelta para irse, pero él la detuvo tocando su brazo.

—Lo lamento —se disculpó—, sé que disculparme no servirá de nada, pero haré lo que usted me pida.

—Entonces no me busque, no hasta que las personas piensen que yo no estoy participando de esto. No más sonrisas en el corredor, ni salidas furtivas, mucho menos espere que voy a permitirle que me abrace o me bese.

—¿Y el baile de bienvenida? —le preguntó, esperando que al menos le diera esa licencia.

—Seguro puede bailar con su hermana toda la noche sin ningún problema —lo miró con dureza y se soltó, para dejarlo solo.

Aunque se arrepintió por la forma en que le habló, creía que era muy válida su molestia y no se sentía culpable. ¿Cómo se le ocurría precisamente a él perder tanto cuidado de algo tan serio? Al menos eso le confirmó que le estaba dando demasiado crédito al creer que pudiera tener malas intenciones con ella, no era tan hábil para fingir un engaño.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora