La visita al convento había terminado y Matthias estaba feliz de que así fuera, pues tenía hambre. La hora del almuerzo se acercaba, emocionándose con la idea de que podrían tener un día de campo.
El mayordomo del palacio había reservado un espacio abierto que estaba cerca del convento, un lugar cubierto de pasto verde que tenía algunos árboles de copas amplias que albergaban frescas sombras. Matthias podía imaginarse los manteles con las bonitas canastas que estaban surtidas de comida. Lo que más le agradaba de ese almuerzo es que el plan había salido de sugerirle al rey lo mucho que el príncipe disfrutaba ese tipo de ambiente informal.
Ya sentía en su boca el sabor del queso y el jamón sobre una crujiente rebanada de pan, mientras lo acompañaba con el buen vino al que se había acostumbrado demasiado pronto. Le costaba trabajo no abalanzarse sobre las viandas.
Vio a la princesa y a Isabel sentarse al lado de la reina, mientras que el rey pedía a sus invitados que cerraran el círculo. Después de agradecer por los alimentos, Matthias pudo disfrutar del sencillo manjar que ya se había imaginado en la cabeza.
Luego miró al príncipe, quien comía tranquilo y sin prisas. Le parecía que le había hecho bien la visita, y en general el viaje. Su actitud era completamente diferente a la que tenía el día en que llegaron; se veía más animado y creía prudente atribuirle eso al pan de nata, en parte, y a la compañía de las personas con las que tenía contacto ahí.
Ahora que lo pensaba, el príncipe nunca había estado en presencia de una corte con protocolos tan relajados, que contrastaban demasiado con las reglas estrictas que tenía que seguir en casa, aún siendo un heredero al trono que podría tener un poco más de libertad por la posición de poder que eso ostentaba. De todos modos, él siempre las había desafiado, aunque fuera de manera inconsciente, como al pasar tanto tiempo al aire libre y disfrutar de la natación. Probablemente era el primero en la historia de la familia real que esperara con tanta ilusión las carreras de Año Nuevo.
Y esas aficiones no eran algo que le pudiera reprochar la reina, puesto que tenían gran aceptación entre los súbditos y habían servido en parte para evitar los resentimientos internos hacia la monarquía que aquejaban a los países vecinos. Si existía algo que su madre no le podía reclamar era exactamente la percepción que tenía el pueblo sobre él, puesto que ni siquiera con su periodo de actitudes escandalosas se había visto perjudicada.
Por eso él creía que no era tan descabellada la idea de la princesa de emparejarlo con la señorita Urdiales. Pensaba que si llegaba a sentir algo sincero por ella, él estaría dispuesto a hacer que su familia se acostumbrara a la idea, aunque eso sí le podía causar muchos más problemas que el haber dormido de vez en cuando con alguna cortesana y cometer la indiscreción de dejarse ver con ella. De todas maneras, siempre se había mantenido firme en sus decisiones, aceptando como consecuencia una relación con su madre cada vez más fracturada.
Lo escuchó reír sobre algo que había dicho el rey, él podía notar que trataba de disfrutar lo más que podía del tiempo que le quedaba ahí, aún cuando sabía que volverían pronto. No podía culparlo, si por él fuera, se quedaría ahí de manera indefinida.
Miró las rodajas de pan, queso y jamón que tenía en el plato, pensando en un mundo ideal en el que podía comerlos en todo el tiempo que le quedaba de vida. Y no era que en casa no pudiera comer lo mismo, pero los sabores no eran tan vibrantes ni variados como ahí, así que decidió aprovechar cada bocado, mientras pudiera.
Notó que el príncipe y los reyes se levantaban de su sitio, poco después de que la princesa y la señorita Urdiales lo hicieran. Con el dolor de su corazón, también se levantó, para poder acompañarlos al mercado. Lo bueno del pan tostado era que podía seguir comiendo mientras caminaba. No tenía prisa por emparejar sus pasos con los de ellos y la vista le parecía agradable: mientras que los reyes veían una tienda de chucherías, su hija, la dama de compañía y el príncipe se dirigían al puesto de hilos y lanas, conversando animadamente. Él por su parte, prefería husmear en la molienda de caña, para seguir palpando sabores.
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La flor de azahar
Romance"No dejaba de pensar en sus brillantes ojos cafés, el sonido de su risa alegre, ni en el aroma sedoso y delicado de su perfume. Trató de evocar la fragancia de la forma más vívida que podía: era una esencia sobria de flores de azahar y jazmín, que l...