Isabel se sentía un poco culpable al escuchar la terrorífica historia que la princesa le contaba a ella y a su madre, aunque no demasiado, puesto que le costaba mucho trabajo aguantarse la risa con el relato.
—Carmen, de seguro se lo imaginaron —dijo la reina—, ustedes dos son tan mentirosos, que ya nadie les cree nada.
—¡Pero mamá! —exclamó la niña— ¡Te juro que vimos a la bruja!
—La bruja de la culpabilidad será —señaló Mercedes, incrédula—, ahora súbete a la tarima para que te pongan el vestido.
—Isabel, tú sí me crees, ¿verdad? —le preguntó, con el rostro lleno de esperanza, mientras subía al estrado de la modista.
—Bueno, no sé si haya sido una bruja, pero algo debió haber pasado para que se hayan asustado tanto —contestó, mientras llevaba el vestido y comenzaba a colocárselo.
La niña sonrió en respuesta.
Terminaron pronto con su arreglo personal, lo que le daba a Isabel tiempo suficiente para dedicarse al suyo. Eligió el vestido azul con bordados plateados que había mandado confeccionar, con un estampado parecido a una noche clara llena de estrellas. Arregló su cabello con la banda negra y plata, dándole un resultado que le gustaba, aunque tampoco le importaba mucho lo que pensaran los demás en el baile, estaba contenta y le gustaba lo que veía frente al espejo. Cuando salió, el señor Meyer estaba a su puerta, en gesto de tocar, lo que les hizo reír a los dos.
—Me alegro de verla tan radiante —le dijo, elogiándola—, parece que las damas de la corte estarán muy celosas de su vestido.
—Usted siempre tan adulador —le respondió, en un tono divertido, mientras empezaban a caminar por el pasillo—. ¿Bailará conmigo?
—¡Claro! Seré el primero en anotarse en su tarjeta de baile.
—¿Qué es una tarjeta de baile? —le preguntó.
—Oh, usted tiene en la tarjeta los nombres de los caballeros con los que bailará, qué pieza y cuántas.
Isabel pensó en lo que le había dicho Robert de reservar el último baile para él, lo que la hizo sonreír.
—¿Sonríe porque tiene a algún caballero en mente? —le cuestionó, a modo de juego, lo que hizo que la muchacha se ruborizara— No hay nada de qué avergonzarse, él me lo ha confiado y no sé por quién de los dos estoy más feliz.
Matthias detuvo su marcha.
—Sé que usted va a cuidar muy bien de su corazón, es una buena persona.
Las mejillas de Isabel se volvieron a encender.
—Le agradezco que confíe en mí.
—Y en caso de que lo necesite, sabe que encuentra en mí a un amigo y a un aliado —le estrechó la mano y siguieron caminando.
El ser apoyada por el señor Meyer la hacía sentir abrigada, en ese reino tan frío, una persona como él era un bálsamo para su alma. Llegaron al salón de baile y el consejero le entregó una tarjeta de baile, anotó su nombre en la primera línea y la acompañó a su asiento. Era algo muy distinto a los eventos que se celebraban en Yatán, no había mesas largas de banquete, sólo sillas y bancas porque había lacayos que llevaban bocadillos pequeños que pudieran comer fácilmente. La joven no creía que también fuera a extrañar la exhuberancia de las fiestas de su país, sin saber definir si sus comparaciones se trataban de una falta de su propio refinamiento o que prefería por mucho un ambiente más informal.
El señor Meyer le presentó a una dama vestida de luto, Ericka Kampe, aunque por su estilo despampanante y actitud insolente le parecía más bien una cortesana honesta, la clase de mujer a la que los hombres influyentes buscaban para entretenimiento. Era por mucho la persona más hermosa que había visto, la fuerza de su belleza podía destruir los egos inflados de las demás mujeres que se cruzaran con ella, y después de escucharla hablar con tanta socarronería, comenzó a caerle bien.
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La flor de azahar
Romance"No dejaba de pensar en sus brillantes ojos cafés, el sonido de su risa alegre, ni en el aroma sedoso y delicado de su perfume. Trató de evocar la fragancia de la forma más vívida que podía: era una esencia sobria de flores de azahar y jazmín, que l...