Cap. 25

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El baile inaugural de las Fiestas de Santa Clara era la excusa perfecta de Carmen para no sentirse obligada a pasar tiempo con Anthony. No le quería dar la satisfacción de otorgarle la razón en sus métodos para obtener resultados. De acuerdo a lo que sabía por las notas matinales del Señor Meyer y sus visitas a la convaleciente, en el transcurso de unos días Isabel y el príncipe habían avanzado más en conocerse que en todo el tiempo que ellos, una princesa que algún día sería reina y un consejero real, planearon reunirlos. Era un duro golpe a su ego, por más feliz que estuviera de que algo pudiera estar pasando entre ambos solteros.

Afortunadamente para ella, la preparación de su atuendo para la fiesta le llevaría todo el día, sin tener que cruzar una palabra con ese niño malcriado. Además, Margarita iba a volver e iba a estar con ella durante el baile, y por mucho, prefería pasar tiempo con su hermana a dedicarle un segundo de su vida a alguien que consideraba como menos que inferior a ella.

Esa mañana, después de desayunar, fue a ver a Isabel, en vez de ir directo a su habitación para comenzar a arreglarse. Su dama de compañía estaba con su hermana y ninguna de las dos le permitieron quedarse mucho tiempo, pero como ella no era la clase de persona que se rindiera para conseguir algo, se quedó detrás de la puerta, intentando escuchar lo más que podía, por más grosero que eso le pareciera. Estaba convencida de que, aunque eso fuera cuestionable, no ponía en riesgo la integridad física de nadie, de modo que eso la convertía en alguien mucho mejor que su odiado pretendiente.

—Su Alteza ha venido a verte todos los días —escuchó decir a la menor de las hermanas.

—Sí, creo que se siente culpable de alguna manera —señaló Isabel—. Si nadie la hubiera castigado, hubiera podido decirme los planes del duque.

—Me refería a alguien del género masculino, para ser más exacta —le dijo, entre risas—. Viene a pasar tiempo contigo para que no te aburras, eso es muy considerado.

—Por favor —respondió—, lo hace porque cree que tiene que compensarme de alguna manera.

—Si sólo se quedara un momento, lo creería así, pero no, al contrario, hasta buscó algo para leerte, con tal de que no te aburras.

—Como si eso tuviera significado oculto. Deja de pensar en tonterías, no me trata de esa manera.

Carmen tenía muchas objeciones ante esa aseveración, pero no podía decir nada sin quedar en evidencia el hecho de que estaba escuchando una conversación que no debía.

—Signifique algo o no, debes tener una reacción ante eso. No me vas a negar que te hace sentir de alguna manera.

La niña estaba expectante ante esa respuesta, casi contenía el aliento para poner toda su atención a ello.

—Sintiendo algo por él o no ¿qué caso tendría? Al final, él es un príncipe que se porta amable con el personal de servicio, es todo. No voy a imaginarme nada a menos que él diga muy claro sus intenciones —había un tono de frustración en su voz, más que de fastidio, lo que a la princesa le parecía triste, a pesar de desear con ahínco que Isabel tuviera sentimientos hacia el caballero en cuestión. 

Carmen no sabía en realidad qué tipo de sensación tenía después de escucharla, así que decidió irse para procesar lo que ahora sabía. Era un sentimiento agridulce y sucio, creyendo que había ido muy lejos al ponerse a escuchar detrás de la pared, obteniendo información que no podía utilizar. Le parecía malévolo todo el concepto del plan que tenía con el Señor Meyer y creyó que lo mejor era abandonarlo por completo, antes de que Isabel pudiera terminar herida.

Se dirigió a su habitación, aprovechó que aún estaba sola y escribió una nota para el consejero del príncipe.

Estimado Señor Meyer,

Sé que lo último que quiere es que alguien lo vea, pero es imperativo que hablemos del asunto que tenemos con usted sabe quiénes.

Su Alteza Real Carmen Ofelia Victoria María Eugenia de León y Gonzaga

Dobló el papel y lo guardó en el bolso que llevaría en el baile, para luego escuchar a su madre hablando con la peinadora y la costurera del palacio. Margarita llegaría hasta la hora de inicio del evento, así que le tocó estar entre mujeres que consideraba demasiado mayores para estar entretenida. Después de quedar lista, aprovechó que estaría sola para caminar a la habitación del Señor Meyer y dejar la nota debajo de la puerta, sorprendiéndose de verlo abrir.

Hubiera querido reír al verle el rostro hinchado, pero no era capaz de tanta descortesía para con él, así que entró y se sentó en el silloncito que había ahí.

—Su Alteza, no sabe de qué manera me alegra su visita —le dijo, sonriendo, lo que la hizo sentir culpable sobre su pensamiento al entrar.

—Señor Meyer, es usted muy considerado —respondió, de la forma más educada que podía, luego pasó al asunto que le concernía—, sé que no es sensible de mi parte preguntar esto, pero ¿qué tanto sabe que ha sucedido entre ya sabe quiénes?

—Supongo que no ha cambiado mucho desde la mañana, a lo que me ha contado el Duque —contestó, tomando asiento en una silla—. A pesar de sus acciones previas, me ha sorprendido gratamente con su habilidad para reportar información.

Carmen hizo una mueca en respuesta.

—De acuerdo a sus averiguaciones, el príncipe ha seguido leyendo para la Señorita Urdiales durante la mañana. Dice que ha continuado de humor animado, los dos creemos que tal vez se retire temprano de la fiesta por no poder bailar con ella.

La princesa hizo una expresión de pesadez.

—Tal vez no debió pasar nada de esto —le dijo con preocupación— ¿Cree que él tenga sentimientos sinceros por ella?

El hombre la miró con una mirada comprensiva.

—Se está esforzando por pasar tiempo con la dama en cuestión, creo que, al menos por su parte, hay algo de interés genuino.

—Él... no se burlaría de Isabel ¿verdad? —la princesa dijo, suspirando con pesar.

—Nunca se ha portado de esa manera con alguien. Sabe muy bien lo que es tener el corazón roto.

—¿Y si ella lo rechaza? Terminaría herido otra vez.

El Señor Meyer pensó por unos segundos en lo que debía responderle.

—Bueno, aún es pronto para decirlo, primero tiene que estar dispuesto a invertir todos sus sentimientos en ella, tiene que pasar más tiempo para poder confirmar algo.

—No quiero que nadie salga con el corazón lastimado —murmuró la niña.

—¿Por qué de repente está tan pesimista? —le preguntó, con un tono amable.

La princesa se quedó en silencio un momento, meditando su respuesta. Habló hasta que creyó que diría algo prudente.

—Supongo que cambié de idea cuando me di cuenta de que estaba tratando con algo muy delicado. Si las cosas salen mal entre ellos, será por culpa mía.

—Espero que no se tome a mal lo que voy a decir, Su Alteza, pero lo que resulte, tiene más que ver con las decisiones que ellos tomen que con usted o conmigo —al ver que eso no la tranquilizaba, continuó—. Por mi parte, tengo el presentimiento de que las cosas podrían salir bien.

Carmen estaba a punto de hablar de nuevo, cuando vio entrar al príncipe, quien se sorprendió un poco al verla ahí, pero la saludó de manera cordial. Ella consideró que era momento de irse, así que volvió a su habitación a esperar a la hora del baile.

Estaba confundida, tenía mucho que pensar y no entendía nada de lo que estaba pasando. Sólo esperaba que el señor Meyer tuviera razón y todo resultara de la mejor manera.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora