Cap. 29

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De algún modo, Isabel no estaba sorprendida de extrañar las visitas del príncipe, pero no podía quejarse si ella le había pedido que no fuera a verla por un par de días. Afortunadamente, estaba mejor y podía usar un bastón para apoyarse, por lo que le era posible salir a dar paseos cortos.

En una de esas salidas, se encontró con el Señor Meyer en la biblioteca, quien también había mejorado mucho para dejarse ver fuera de su habitación. Conversaron un poco sobre sus propias dolencias, alegrándose de poder verse después de tantos días.

—¿Vendrá a la cena de despedida? —le preguntó Matthias.

—Sí, estoy mucho mejor, que sea algo más privado que un baile ayuda mucho a que no me oponga a asistir. La princesa dijo que mi hermana podía ir también, así que usted la conocerá al fin.

—Seguro es tan encantadora como usted.

—Y es maestra —agregó, sabiendo que a él le gustaba conocer personas de su propio gremio.

—Es bueno saber eso. Necesito actualizarme en los nuevos métodos de enseñanza y encuentro muy provechoso que alguien tan joven pueda enseñarme sobre mi profesión.

—A ella también le emociona conocerlo —luego, usó un tono juguetón—. Le he hablado mucho de usted.

—Espero que sólo cosas buenas.

Isabel le sonrió, de verdad lo había extrañado durante su convalecencia.

Siguieron hablando sobre todo lo que hicieron para evitar el aburrimiento, hasta que vio entrar al príncipe. Le sorprendió no sentirse inquieta en su presencia, considerando que la noche del baile se estremeció al pensar en lo mucho que deseaba que la besara, por lo que creyó que podía sobrellevar esa inclinación frívola sin meterse en problemas y no se negó cuando le pidió estar presente en la negociación del trato de Don Gabriel que se llevaría a cabo al día siguiente.

—No estoy segura de poder aportar gran cosa a la reunión, pero agradezco que me tome en cuenta, así que asistiré.

—¡Oh, por favor, Señorita Urdiales! —exclamó Matthias— Usted ha compilado toda la información, sabe lo que hay en los documentos y conoce al Señor Yturria. Si alguien puede lograr que Charles comprenda todo lo que concierne al asunto, esa es usted.

—Usted siempre me está adulando —respondió, riendo.

—Todo lo que dice Matthias es verdad —agregó el príncipe—, desde el principio nos ha ayudado. Su trabajo es importante.

Y ahí estaba de nuevo, el cosquilleo en la boca del estómago, cuando ya creía que tenía todo bajo control.

—Entonces revisaré mis notas para que salga bien —dijo, como excusa para desaparecer—. Será mejor que me vaya.

—Señorita Urdiales, pensé que se quedaría más tiempo —mencionó el Señor Meyer.

—Lo lamento, no puedo —se disculpó y se fue de nuevo a su habitación, para buscar el cuaderno en el que tenía sus anotaciones y también a esconder su rostro ruborizado.

Como Mariela no estaba, aprovechó para ocultarse lo más que podía, así no tendría que salir de ahí tan pronto a volver a encontrarse con él. ¿Por qué de repente se le había ocurrido decirle que su aportación era necesaria? No era algo que no supiera, pero que se lo reconociera le hacía más difícil definir qué tipo de sentimientos tenía hacia él.

Halló el cuaderno y se puso a leerlo, desde el apartado que ella había dejado, molestándose consigo misma por haber usado la tarjeta del petirrojo que le envió, como separador. ¿En qué momento le había permitido trastocar sus emociones de esa forma?

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora