Cap. 13

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Isabel le pidió a Eva que la visitara esa semana, aprovechando el día libre. Ahora que su madre y Mariela se habían ido con su tía a pasar unos días en el campo, tenía la casa libre durante todo el día, así que acordaron comer juntas. Su padre también había aprovechado que no estaría la señora de la casa para irse a ver a su hermana en el centro de la ciudad y actualizarse en los chismes de la familia, lo que le tomaría suficientes horas como para volver a la noche.

Mientras su gato blanco se tendía sobre los sillones recién sacudidos, Isabel limpiaba la cocina y el frente de la casa lo más rápido que podía.

Nunca se había considerado buena para las labores domésticas, pero lograba un resultado presentable, hacía tiempo que aprendió de una moza la filosofía "nomás por donde ve la suegra", que consistía en una limpieza superficial que por lo menos le ayudaba a evitar los regaños de su madre hasta que la casa se volviera a ensuciar.

—¡Nieves! —le gritó al felino, mientras le lanzaba un trapo para que se quitara, lo que causó una mancha de agua en la tela en cuanto el animal se movió del sofá, saliendo ileso del ataque— ¿Por qué no puedes portarte bien?

Sabía que no tenía caso reclamarle al gato, pero igual le lanzó una mirada de molestia al ver que se colocaba cerca de la ventana, a tomar el sol. Se puso a secar la mancha y esperó a que por lo menos se viera uniforme. Aún tenía que quemar la basura que había barrido, pero escuchó que alguien llamaba a la puerta y lo único que hizo fue desvalagarla por el patio, entre las hojas secas del nogal.

Corrió a la puerta y vio a su amiga, quien llevaba una canasta. La hizo pasar y fueron a la cocina, Eva comenzó a sacar lo que llevaba dentro de las servilletas bordadas con punto de cruz, mostrando una crujiente hogaza de pan recién horneado, una caja de madera donde había pastel de nuez y una botella de vino.

—No tenías que ponerte a trabajar tanto —le dijo, viendo el pastel decorado con betún de mantequilla y chocolate, su favorito.

—Bueno, estaremos mucho rato aquí y no va a ser suficiente con lo que tengas de comida— le respondió, mientras le ayudaba a poner la mesa—. Lo que tienes que decirme ¿me lo contarás antes, durante o después de comer?

—Creo que podrías esperar a que termine de servir la comida y nos sentemos a la mesa —le dijo, riendo, mientras ponía una fuente con guiso de cerdo y vegetales.

—Con lo urgente que parecía la nota, pensé que escupirías todo lo que sabes en cuanto llegara.

—Bueno, en el momento en que la escribí quería saber cuándo podía verte para hablar de eso, así que por eso la hice sonar así —puso sobre la mesa la cazuela de barro con arroz blanco y se sentó en su sitio.

—¿Quieres que abra la botella? —le preguntó su amiga con una sonrisa expectante.

—No está mamá, así que no tienes que preguntarme —le contestó con una mirada cómplice.

Eva quitó el corcho con facilidad y sirvió los primeros dos vasos de esa tarde.

—Supongo que esto da por iniciada nuestra charla. A tu salud y a la de tu madre que se ha ido para que podamos disfrutar de este vino.

—Por mamá... —Isabel chocó el vaso con el de su amiga.

A la otra joven le sorprendió verla sacar una pequeña caja de madera del bolsillo de su vestido. Sabía que no era un regalo para ella por lo desgastada que estaba, así que la abrió, viendo el as de tréboles.

—¿Y esto? —le preguntó, extrañada.

—Me lo dio el príncipe —le respondió la otra joven, con un tono casi indiferente.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora