Muy querida Isabel,
Mentiría si le dijera que no me sentí gratamente sorprendido por su última carta y me temo que no he sido del todo honesto sobre cuánto la he echado en falta desde que me fui. Por favor, espero que no se haya arrepentido de haberme escrito de la manera en la que lo hizo, pues la sinceridad no es ningún motivo de vergüenza y la suya significa para mí más de lo que puedo describir.
Ansío mucho volver a verla, es probable que más que a nadie con quien he esperado encontrarme de nuevo. Cuento los días para que llegue la primera nevada y con ella, usted.
Con afecto,
Robert
Carmen sabía que no debía haber leído esa carta, pero descubrir que Isabel y el príncipe tenían sentimientos mutuos le parecía suficiente justificación para inmiscuirse en su correspondencia. También sabía que ésa era la única información que Anthony estaría dispuesto a recibir de su parte, después de tantos días en los que se había negado a hablarle.
No era que le importara mucho la opinión que ese niño tuviera de ella, pero estar consciente del daño que le hizo y no ser redimida por esa falta la tenía enferma, tanto que había llegado a límites cada vez más inusitados con tal de llamar su atención. Y compartir con él lo escrito en esa carta era el más transgresor de todos.
Así que, aprovechando que Isabel estaba ocupada en una reunión con Don Gabriel para los preparativos del viaje, llevó el documento hasta el salón de estudio asignado al duque, se lo dejó en medio del libro del que estaba copiando un problema de aritmética y dio un paso atrás.
Al principio, Anthony la miró con desprecio por interrumpirlo, pero al reconocer la letra de su hermano, se sorprendió y leyó. Carmen sintió gran satisfacción al ver la expresión de su rostro, aunque no esperaba que llegara el Señor Meyer.
—Su Alteza, qué agradable que nos visite —exclamó al verla, aunque ella no parecía compartir la misma felicidad.
Contrario a lo que ella hubiera deseado, Anthony le extendió el papel a su tutor, quien al principio no sabía de qué trataba y creyó que era el ejercicio matemático ya resuelto, pues no llevaba las gafas para leer, pero en cuanto se las puso y leyó la carta, su expresión cambió.
—Pero, Su Alteza, ¿de dónde sacó esto? —preguntó, con preocupación.
—Lo tomé de la correspondencia de Isabel —respondió, avergonzada.
Matthias se llevó una mano a la boca, sorprendido.
—Bueno, no tengo que explicarle lo mal que estuvo lo que hizo, pero debe comprender las implicaciones que tendría si alguien además de nosotros descubre esta carta.
—No la vamos a quemar, Matthias —dijo Anthony, con molestia.
—Nunca sugerí eso, Su Alteza, pero si esto no vuelve a su propietaria en este instante, tendremos que hacerlo. Y sería una lástima, la Señorita Urdiales merece decidir el destino de estas palabras.
—Yo sé que estuvo mal —replicó la princesa y ahora delincuente de la Honorable Corona de Yatán—, el Tribunal castiga con cárcel este tipo de cosas, pero sólo quería que ese tonto volviera a hablarme.
—Su Alteza, no creo que volverlo a insultar sirva mucho a su causa —dijo el Señor Meyer, tratando de evitar que las agresiones escalaran.
—Así es ella, Matthias, se la pasa molestando.
—¡Ya te pedí que me perdones! —la niña estaba al borde de las lágrimas—. Te traigo dulces, pasteles, limonada, y sigues sin querer hablarme. ¿Por qué eres tan cruel conmigo?
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La flor de azahar
Romance"No dejaba de pensar en sus brillantes ojos cafés, el sonido de su risa alegre, ni en el aroma sedoso y delicado de su perfume. Trató de evocar la fragancia de la forma más vívida que podía: era una esencia sobria de flores de azahar y jazmín, que l...