Cap. 35

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Muy apreciada Señorita Urdiales,

A decir verdad, gracias por avisarme los detalles del accidente de Anthony. El Señor Meyer tenía más interés en asegurarme que se encontraba bien, que en explicar cómo había sucedido, de todos modos, supongo que para cuando llegue esta carta, ellos ya estarán de vuelta en el palacio y no tiene caso que les atosigue con eso.

Sobre los contratos que envió Don Gabriel, los envié al consejero de mi padre para que complemente las anotaciones que hice y le muestre los documentos después de compararlos con los comentarios que hizo el presidente mientras estaba en Yatán, quien también me confirmó que convenció a Don Gabriel de venir al inicio del invierno, con la familia real, pero supongo que eso usted ya lo sabe.

Espero que los preparativos de la boda vayan bien y usted disfrute del evento. Me gustaría estar ahí y compartir ese momento con la familia real, pero sobre todo con usted.

Ojalá nos veamos pronto.

S.A.R. Robert Clayton Drake

Isabel estaba muy extrañada después de leer la carta, no quería pensar en tonterías, pero no creía que se estuviera creando castillos en el aire, esas últimas líneas parecían muy claras.

Junto a la carta, el príncipe también había puesto una tarjeta muy bonita de una gata blanca con manchas atigradas, muy gorda. Al reverso tenía una inscripción.

Ella es Gina, la encontramos en el cobertizo y está preñada, tal vez los gatitos nacerán pronto.

P.S. Los gatitos nacieron al día siguiente de que escribí la carta, son tres y son muy lindos, el jardinero y la cocinera decidieron quedarse con todos ellos, aunque creo que ese fue el plan inicial de la gata desde que llegó.

Esa pequeña escena doméstica le parecía muy dulce, así que la guardó con las demás tarjetas. Estaba más confundida que nunca, sin saber qué debía hacer. Tal vez no era tan mala idea preguntarle su opinión a un hombre, pero no era fácil decidir a quién. Igual, no tenía tiempo para esas cavilaciones, la boda se iba a celebrar al día siguiente, no había manera en la que su conflicto se pudiera considerar como una prioridad.

Era la última cena que la familia real compartiría como dos padres amorosos y sus muy adoradas hijas. Carmen le dijo con mucha vergüenza que era sólo para los cuatro, lo que Isabel comprendía por completo, así que cenó en la cocina del palacio, mientras que para el duque y el Señor Meyer sólo movieron de horario la comida para que fuera más temprano.

Al estar en la cocina, conviviendo con sus compañeras y con la boda en puerta, recordó la forma en la que chacoteaban y hablaban mal del príncipe, justo a inicios del verano, por lo que le parecía irónica la forma en la que se sentía con respecto a él ahora, que comenzaba el otoño. En un cambio de estación habían sucedido tantas cosas que, de algún modo, echaba de menos la quietud de no añorar la compañía de alguien en particular.

Isabel sentía que eso no le permitía estar del todo presente en las cosas que acontecían a su alrededor. No tenía interés en el conflicto entre su madre y su hermana por la forma en la que su pretendiente empezó a cortejarla, tampoco respondía pronto a las solicitudes de Don Gabriel, mucho menos creía que iba a disfrutar por completo de la fiesta. Para ella, era como estar en una neblina en la que todo parecía ajeno y lejano, hasta ella misma.

Cuando volvió a su habitación, puso sobre el sillón el vestido rosa que se pondría al día siguiente, junto con el chal que había tejido, estaba orgullosa del resultado de su labor, aunque la hacía más feliz ver cómo estaba quedando la manta que tejía, viendo cómo se acomodaban los colores dentro del diseño intrincado, algo un poco inesperado, por la variedad de pedacería de lanas que estaba usando. Eso la hizo recordar el sueño que tuvo sobre la frazada infinita que ella elaboraba, la sensación cómoda que le daba y eso la hizo replantearse la forma en la que estaba pasando su tiempo. Debía hacer un esfuerzo para que la neblina no tomara de ella una parte tan importante de sus días, no podía permitirse sólo dejar pasar las cosas, debía estar presente en ellas, merecía ser parte de esos sucesos y no sólo ser una espectadora.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora