Cap. 15

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Había pasado una semana desde que el príncipe y el Señor Meyer se habían ido, pero eso no significaba que Isabel tuviera menos trabajo, el rey le había pedido que asistiera a Don Gabriel en lo que pudiera necesitar para la comunicación con el heredero al trono. Le hubiera gustado rechazar el incremento de sus labores, pero al ofrecerle un día libre más a la semana y mejor salario, no creía que pudiera negarse.

Isabel revisaba informes industriales y los transcribía en los adjuntos que enviaba Don Gabriel en sus cartas al príncipe, además de que tenía que revisar la correspondencia de la cámara de comercio referente a ese asunto. No quería quejarse, pero si él era una de las personas más prósperas del país ¿por qué no contrataba a alguien para que hiciera eso exclusivamente? Ella ni siquiera tenía buena caligrafía. Entendía que le tuviera confianza después del trabajo que hizo en la hacienda de Don Álvaro, pero no dejaba de parecerle injusto, y el rey ¿qué no podía decirle que se buscara un asistente para eso? Para no descuidar a la princesa, ahora tenía que realizar esas labores mientras la niña tomaba sus clases y hacía sus tareas, lo que la distraía de la supervisión de su instrucción.

Sin embargo, a pesar de todo lo que tenía que hacer, esa mañana se dispuso a revisar sus cartas personales de diez días, las cuales no había leído por falta de tiempo. Algunas eran avisos del banco sobre el rendimiento de sus ahorros y el pago de sus deudas, eso lo tenía controlado en su cuaderno de cuentas, así que las desechó. Otras eran cartas de Mariela y de Eva, esas las separó para leerlas por la noche, cuando estuviera con más disposición para responderlas. También había algunas notas de su padre, con recomendaciones para su trabajo con Don Gabriel y una que otra broma sobre lo bueno que sería si eso diera pie a una relación estable entre ellos. Luego, llegó a un sobre más grueso, con el sello real de aquel príncipe que le había regalado un juego de naipes. Pensó que tal vez era un adjunto que ella había olvidado llevar a Don Gabriel, pero estaba dirigido a ella. Creyendo que eso pudiera tener algo que ver con la princesa, rompió la envoltura, encontrando una nota que le pareció un poco intrigante:

Estimada Señorita Urdiales:

Si usted no lo considera impertinente, espero que acepte el reto que le propongo que concluiría en el primer día del invierno. Será acreedora a veinte ovillos de lana si llega a cumplirlo en el plazo acordado. Cada semana le llegará la continuación del patrón a seguir en la labor de ganchillo y deberá cumplir con sus instrucciones al pie de la letra.

Usted debe escoger de qué manera va a retarme, con la recompensa que considere conveniente, en la disciplina que mejor le parezca.

S.A.R. Robert Clayton Drake.

Isabel no sabía cómo sentirse al respecto, aunque no pudo evitar soltar un "¡Ja!" de molestia al recibir lo que le parecían órdenes de alguien que ya le había aumentado lo suficiente su carga de trabajo (aunque de forma indirecta). Estaba por lanzar a la basura el contenido del sobre, cuando se lo pensó mejor, veinte ovillos de lana no eran para nada despreciables, y podía pedir los más caros y pesados que pudiera encontrar. Tendría la posibilidad de hacerse muchas cosas con eso, sin que un solo centavo saliera de su bolsillo. Revisó las instrucciones del patrón, era un cobertor de diseño central intrincado, no iba a ser fácil, pero iba a ganar ese reto. Ya le respondería a esa carta cuando hubiera avanzado suficiente la labor, ella no le iba a dar el beneficio de un juego justo, no lo merecía después de causarle tanto cansancio.

Comenzó el tejido esa misma noche, después de actualizarse en chismes viejos que seguro ya habían dejado de ser importantes, y aunque se sentía molesta, tejer la hacía olvidar su agotamiento. No estaba dispuesta a agradecerle esa tarea al príncipe, pero tener algo más en que ocupar la mente la relajaba.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora