Cap. 36

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S.A.R. Robert Clayton Drake,

Respondiendo a su carta anterior, creo que es justo que le haga saber que a mí también me hubiera gustado que usted estuviera presente en la boda, porque probablemente fue una de las fiestas más bonitas que se han organizado en el palacio y sabiendo lo mucho que usted aprecia al rey, lo habría acompañado de muy buen grado en su felicidad por el enlace.

Aunque hay una nota triste desde esa noche, su hermano ha estado cabizbajo y poco después me confesó que la boda lo hizo pensar en su familia y lo mucho que le gustaría verlos. Está impaciente por volver, lo cual es muy natural en alguien tan sensible como él, así que le sugerí que hiciera un diorama para sentir más cerca su hogar, lo cual le pareció una buena idea y ya está trabajándolo para poder llevarlo como regalo para ustedes.

Sé que sólo he evitado hablar de mí, pero aún desconozco qué tan apropiado sea dejar por escrito lo que voy a decir, porque por mi parte, también extrañé su compañía, por lo que, si encuentra esta carta apresurada y llena de manchas de tinta, no es porque desee molestarlo, mucho menos insultarlo, es porque si pienso más en ello nunca le enviaré estas palabras por temor a sentirme avergonzada.

Le quiere,

Isabel

Después de volver a Phrenylle, Robert pensó en cómo reaccionaría ante la carta de Isabel que respondía a la suya, sin imaginar que sería mucho más contundente de lo que creía. Esperaba saltar de gusto, una risa boba quizá, pero en cambio sentía sus manos temblar y cómo se le cerraba el estómago al releer lo que le había escrito. Probablemente el mérito también era de Jane, pues esa frase que había sugerido era sutil y daba a entender lo que él quería comunicar.

Debía responder tan pronto como pudiera, no estaba dispuesto a dejarla con la incertidumbre dolorosa de haberse expuesto y no recibir una contestación rápida, lo que pudiera implicar que no estaba interesado en ella.

Desafortunadamente, era el cumpleaños de Harry y no iba a poder dedicarle a la carta el tiempo que le gustaría por ir al festejo.

Cuando se encontró en la fiesta, no recordaba en realidad cómo había llegado, sólo sabía que estaba ahí, frente al festejado, esperando a que terminara el turno de la abuela para felicitarlo. Y aún así, se sentía lejos de todo, en una especie de burbuja que lo mantenía aislado.

—¡Robert! —Harry lo abrazó con tanta fuerza, que creyó volver su alma a su sitio— Finalmente llegaste, ven, tienes que estar con nosotros para una partida de cartas.

Antes de que se diera cuenta, su primo lo condujo hacia la mesa de juegos, en la que otros cuatro caballeros se disponían a jugar. Robert los conocía a todos, Fitzwilliam, Scott, Oscar, pero sobre todo a James, quien parecía haber vuelto a Phrenylle desde hacía unos días, le sonrió como lo hacen las personas que saben un secreto y tomó el asiento libre que estaba a su lado. No pensaba hablar con él al respecto, pero si se volvía impertinente como era usual en él, hacerle saber que estaba enterado de su romance con Jane le parecía un buen contragolpe.

Después de la camaradería usual que precede a un juego de azar, Robert creyó que le venía bien la compañía de sus congéneres, pues le ayudaba a olvidarse un poco de la ansiedad que tenía por responder la carta de Isabel de la manera adecuada. O al menos así fue en la primera hora que pasó con ellos, porque luego comenzó a sentir cierto hormigueo en las manos, relacionado con el hecho de que debía hacer algo de suma importancia.

Afortunadamente, como estaba perdiendo, a nadie le extrañó que quisiera abandonar el juego.

—Anda, ve con las damas, seguro ahí encontrarás un lugar seguro para no seguir exhibiendo tu mala suerte —le dijo James por lo bajo, a manera de burla.

—Sé de cierta dama a la que temes acercarte enfrente de todos —le respondió, en el mismo tono—. Y también sé por qué.

James prefirió no decir nada más, así que Robert procedió a levantarse.

—Espero que regreses para la partida final—Harry mencionó en voz muy alta, a causa del coñac—. Tal vez para ese momento se te habrá pasado la mala racha.

Su primo sólo asintió con la cabeza y se fue, buscando la galería para pasar un rato a solas. Pensó en cada frase de la carta, que sin querer había memorizado por la forma en que le impresionó que Isabel se mostrara vulnerable con él.

—Robert ¿estás bien? —le preguntó su abuela, interrumpiendo sus pensamientos.

Adelaide caminaba despacio, usando un bastón de ébano y empuñadura de plata, mientras iba ataviada con un vestido negro.

—Me pareció extraño que te alejaras de Harry, así que pensé que podrías tener algún malestar.

—Estoy bien —le respondió, con una sonrisa.

—¿Seguro? Porque has estado bastante taciturno desde la tarde —se quedó junto a él, mirando una pintura detallada sobre una escena nocturna de unos pescadores— ¿Recibiste malas noticias?

—No, todo está bien con Anthony y el negocio con Don Gabriel parece ir muy bien —respondió.

—Me alegra —dijo Adelaide, sonriendo—. Aunque creo que algo te preocupa mucho.

—Sólo estoy cansado.

—Cariño, sabes que no puedes engañarme.

Robert suspiró.

—Hay una carta que debo responder, aunque no estoy seguro sobre cómo.

—¿Una respuesta descuidada causaría un desastre? Entiendo ese sentimiento, pareciera que es una constante en la vida de todos, no sabemos comunicarnos tan bien como creemos. ¿Qué clase de carta es?

—Personal —dijo, con sinceridad.

—Bueno, si conoces muy bien a esa persona, las cosas saldrán bien, y es mejor que te ocupes de forma activa en responder, preocuparse y no hacer nada no ayuda.

Robert le tomó la mano y le dio un beso en los nudillos en señal de agradecimiento.

—Acabas de darme una buena razón para irme. Igual ni siquiera estoy acompañando a Harry.

—Entonces ve a despedirte de él, de todos modos tu madre quería un pretexto para retirarse temprano, ya sabes que no soporta a esa rata que Harry hace pasar por su esposa.

—No es propio de una reina referirse de esa manera a la mujer de su nieto favorito.

Recibió un golpecito en el hombro con la empuñadura del bastón de parte de Adelaide y luego hizo como le dijo.

El festejado no estaba muy feliz con su partida, pero aceptó sus disculpas y le amenazó con visitarlo al día siguiente, con la excusa de hablar mal de James a sus anchas.

Al volver al palacio y después de que su familia se retirara a sus habitaciones, Robert logró escribir una respuesta que contenía la misma candidez, cariño y sinceridad que la carta de Isabel.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora