Cap. 39

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Isabel no había dormido tan bien en mucho tiempo. Era como si saber que el príncipe se sentía de la misma manera que ella le hubiera quitado un peso de encima. Se levantó de buen humor, y quiso ver una vez más la manta que había terminado con los patrones que le envió, aunque de principio no tenía la intención de regalársela, cambió de idea cuando la terminó, días antes de partir. La extendió sobre su cama y admiró los colores, esperando que la aceptara, luego, volvió a doblar el tejido y lo envolvió en un pedazo de papel delgado, para después empezar a arreglarse.

Se colocó una banda rosa en el cabello, gustándole el efecto con el vestido violeta que llevaba. Abrió la puerta para salir y vio un envoltorio a sus pies, lo abrió y vio el cuaderno que le había regalado al príncipe en el verano, le pareció raro, así que lo abrió, encontrando una dedicatoria en la primera página.

Isabel,

Sé que ya no teníamos que continuar con el juego, pero me gustaba pensar en mostrarle de esta manera las aves y las flores que encuentro aquí cada verano. Quería compartir eso con usted y, si me permite el atrevimiento, espero el día en el que podamos verlas juntos.

Le quiere

Robert

Isabel empezó a mirar las páginas, eran dibujos muy esmerados con una descripción cuidadosa en cada uno de ellos. Notaba el tiempo que les había dedicado, era un regalo precioso.

Tomó el cuaderno entre sus brazos y lo apretó contra su pecho por un momento, luego volvió por la manta y salió lo más rápido que pudo, sin dejar el presente en su habitación. Tocó a la puerta de la que creía era la habitación de Robert y esperó con impaciencia a que abriera, viendo en su lugar a un joven adormilado a quien conocía como Lord James desde la noche anterior, cuando los presentaron en la cena y se le reveló que era el hijo de un diplomático que tenía algunas semanas quedándose en el palacio.

Se disculpó por levantarlo y él sólo hizo un ademán de que no importaba.

—En verdad me da vergüenza, no debí venir a molestar, buscaba a alguien más.

Él entornó los ojos como si supiera de a quién se refería.

—Si quiere saber cuál es su habitación, debe subir las escaleras y buscar la tercera puerta a la izquierda —vio que ella sólo abrió mucho los ojos y se sonrojó—. De nada.

Isabel se fue lo más rápido que podía de ahí, mientras seguía las indicaciones del caballero. Sintió cierta ansiedad al estar justo fuera de su habitación, sólo deseaba que no estuviera acompañado por Matthias o alguien de su familia. Dudó un poco, pero terminó tocando a su puerta, nerviosa, después escuchó cómo se levantaba la cerradura y dejaba ver el rostro recién lavado de Robert. Le sonreía, mientras salía por completo y cerraba la puerta detrás suyo.

—Iba a pasar a buscarla en un momento.

—Lo siento, es sólo que encontré su cuaderno a mi puerta y quise traerle esto —le respondió, con las mejillas encendidas, al entregarle la manta.

Él extendió la labor para verla.

—¿Hizo esto para mí? —le preguntó, con los ojos muy abiertos.

—Sí, yo continué con los patrones que me envió, no fue difícil entender cómo terminarla.

—Usted es lista, no me sorprende —dijo, mientras volvía a envolver la frazada—. Esto significa mucho para mí.

—También quiero decirle que valoro mucho las ilustraciones que hizo —le dijo, mostrando el cuaderno que aún llevaba con ella.

Se quedaron mirándose sin decir nada por un momento. Luego, él tomó su mano con cuidado.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora